lunes, 9 de abril de 2018

Ramón López Velarde y José Vasconcelos: una cordial relación lejana

8/Abril/2018
Jornada Semanal
 Marco Antonio Campos

I
Según escribe Pedro de Alba, en su emotiva semblanza sobre el zacatecano Jesús Buenaventura González, alias Buffalmaco1: “Cuando sobrevino la caída del presidente Carranza, Ramón López Velarde tomó la derrota como suya y se impuso un huraño alejamiento de la vida pú-blica. No quería aceptar empleos o comisiones porque creía que con aquello traicionaba la memoria de su ‘padrino’, que así llamaba a don Venustiano”.2 La muerte de Carranza llevó a la cárcel al ministro de Gobernación Manuel Aguirre Berlanga, amigo de López Velarde, con quien trabajaba. En el desempleo, López Velarde tenía la intención, con sus 500 pesos ahorrados, de poner una planta avícola; José Juan Tablada lo disuadió diciéndole que en México todos querían hacerse ricos con las gallinas.
Muy diezmado económica y moralmente, tomando en cuenta ante todo que debía mantener a su madre y hermana(s), aceptó ir a ver a José Vasconcelos, rector de la Universidad de México. Sería tal vez febrero de 1921. Acompañado del médico Pedro de Alba, quizá su mejor amigo, llegó al despacho de Rectoría en la calle de Primo Verdad. Vasconcelos lo recibió con los brazos abiertos y le recordó que había colaborado con él en la Secretaría en la época de la Convención de Aguascalientes3, y añadiócon habilidad cordial que Ramón no era quien solicitaba trabajo, sino él, José Vasconcelos, quien se lo ofrecía a Ramón porque lo necesitaba en la Universidad, le hacía falta y debía ayudarle porque era su obligación servir a México. “Fue entonces cuando Vasconcelos le propuso que formara parte del cuerpo de la revista El Maestro y en una forma terminante le dijo: ‘Ya que usted no quiere servir en un puesto de los que consideran políticos, acepte una comisión para que escriba descansadamente y haga lo que quiera, le repito, que usted es el que nos hace un favor dándonos las primicias de sus escritos para nuestra revista, la que dirigirá Agustín Loera y Chávez, que también es amigo suyo’.” No hay una mínima sombra de insinceridad en el aprecio que le tenía Vasconcelos.
Enrique González Martínez, que era ministro pleni-potenciario en la embajada de México en Chile, recuerda en un artículo de 1951 que recibió entonces una carta de López Velarde, donde le decía: “Agotadas mis reservas morales y económicas…”.4 González Martínez entendió perfectamente el ahogo económico en que se hallaba el joven amigo que se veía obligado a trabajar para un régimen en que el presidente (Álvaro Obregón) era de hecho la mano homicida de don Venustiano.
Según precisa el laguense Pedro de Alba, una de las últimas conversaciones que López Velarde sostuvo, ya en la víspera de su fallecimiento, fue con Agustín Loera y Chávez, jefe de redacción de El Maestro. Agustín Loera y Chávez le había pedido a Pedro de Alba, cuando a causa de su enfermedad Ramón López Velarde ya no recibía sino a los más íntimos, que lo dejara saludarlo para entregarle en mano su sueldo de redactor que le llevaba de parte de Vasconcelos. López Velarde se lo agradeció y pudo preguntarle: ¿“Ya vamos a salir?”, es decir, si ya iba a salir la revista. En la proximidad del adiós sin regreso, a López Velarde le daba una gran ilusión ver editada “La suave Patria”. No sé si López Velarde se daba cuenta de que había escrito un poema civil que no se parecía a nada de lo que se había escrito antes y que nadie después ha escrito algo que en su belleza de los hechos, personas, costumbres y cosas mexicanas se le parezca.
López Velarde ya no pudo enterarse que de la revista El Maestro, por decisión de Vasconcelos, se tiraron, pocos días luego de su muerte, cien mil ejemplares. López Velarde tampoco habría imaginado que, a su fallecimiento, el mismo Vasconcelos mandó que el cuerpo se velara con todos los honores en el Pa-raninfo de la Universidad. La voluntad de la madre y las hermanas era velarlo en la casa de Jalisco 71, pero al fin vencieron sus resistencias y aceptaron el doble velorio.
Como se recuerda, en uno de los prólogos de El son del corazón (el otro es de Genaro Fernández Mac Gregor), un próximo a él, Juan de Dios Bojórquez (Djed Bórquez), quien en 1921 era diputado, hace un par de anotaciones muy interesantes. En Chapultepec, el día de la muerte de Ramón, Bojórquez comenta al pre-sidente Álvaro Obregón5 que ha muerto un gran poeta y dice unos versos del recién fallecido. Al mediodía llega Vasconcelos alborozado a la Universidad y cuenta a Bojórquez que tenían un gran presidente, que habló con Obregón acerca de López Velarde y que Obregón recitó los versos (Vasconcelos no lo sabía) que le había recitado Bojórquez. Le encargó que se hiciera al joven zacatecano “un suntuoso entierro” a cuenta del gobierno.
Y así se hizo.
I I
Vasconcelos y López Velarde se conocían desde septiembre de 1914, cuando Vasconcelos le tomó protesta como profesor interino de Literatura Española en la Escuela Nacional de Preparatoria, y, si con algunas dudas nos atenemos a lo escrito por Pedro de Alba, volvieron a encontrarse en octubre, en los días de la Convención de Aguascalientes, que llevó primero a la presidencia Eulalio Gutiérrez, y luego a Roque González de la Garza. Pero ¿qué tanto se habían leído? En un texto en prosa que rlv publicó en 1918 (“Metafísica”)6, menciona –es la única mención en toda su obra–, a Vasconcelos. En el primer párrafo se lee: “Acabo de leer el intrigante volumen en que Vasconcelos planea su ecuación vital. Vasconcelos es uno de los hombres que he respetado con mayor amplitud. Lo respeto con tal seriedad, que, siendo la violencia algo malsano para mí, le reconozco el derecho de emplear giros violentos porque está capacitado para conseguir que no pequen formalmente contra el buen gusto. Quizá hasta le disculpo su arrojo contra el padre Jerónimo Coignard.”7 El breve texto le sirve de punto de partida para explicar que él también ha andado a la búsqueda de su “ecuación vital”.
¿Vasconcelos conocía el texto que escribió el joven jerezano? Muy probablemente. Lo que parece mucho más claro es que, si no una amistad, sí hubo un trato cordial y respetuoso. Es difícil saber cuántas veces se vieron. Además de “La suave Patria”, que salió a pocos días de la muerte en la revista El Maestro, ¿qué más leyó Vasconcelos de López Velarde?
Mucho se ha repetido que no hay ninguna obra de un poeta mexicano que guarde más secreto que la del joven jerezano y que cada cosa que se descubre o devela de él, en vez de cerrar, abre nuevos mis-terios. Tal vez las líneas más citadas son aquellas de Xavier Villaurrutia en su ensayo de 1935: “Si contamos con poetas más vastos y mejor y más vigorosamente dotados, ninguno es más íntimo, misterioso y secreto que Ramón López Velarde.” Digo esto, porque el primero que resaltó vivamente el misterio como esencia de la obra y la persona López Velarde fue Vasconcelos, que poseía –quién lo duda– una innegable capacidad de observación de las personas. En 1921, en un artículo en la revista México Moderno8, que dirigía Enrique González Martínez, Vasconcelos es-cribió sobre rlv:
Me interesó siempre, por su afán de cosas recónditas; en su conversación se notaba que tenía muy vivo el sentimiento del misterio; a veces no acababa de expresar del todo sus ideas porque el sentido se le iba. Esto ocurre a menudo al que está poseído de algo profundo e inefable. Era un poeta profundo que no llegó a desarrollar su mensaje; tenía cosas nuevas y se llevó su misterio consigo, porque ni para sí mismo llegó a definirlo.
Las líneas son muy buenas. Sin embargo, hay un par de curiosidades en lo dicho: una, Vasconcelos con-sideraba el misterio un sentimiento; la otra, que López Velarde no llegó a desarrollar su mensaje. Pero ¿cuál mensaje? ¿De dónde sacó Vasconcelos que la poesía debía tener necesariamente un mensaje, sea de la índole que sea? 

Notas
1. El seudónimo de Buffalmaco lo tomó Jesús b. González –escribe Pedro de Alba en la semblanza del crítico teatral– luego “de leer El pozo de Santa Clara, uno de los libros de Anatole France en que habla de sus andanzas por la Umbria en busca de las huellas de San Francisco y de los discípulos del Giotto”. Pedro de Alba asegura que él fue quien prestó a López Velarde y a Jesús b. González los treinta tomos de Anatole France, los cuales leyeron ambos. López Velarde llamaba a González “Mi querido Pepe”, tomado de uno de los sainetes de Muñoz Seca. “Jesús –señala Pedro de Alba– seguía fielmente los pasos de López Velarde, lo acompañaba al teatro, a las redacciones de periódicos, a su despacho de Madero y a su casa de Jalisco 71.” Gracias a Buffalmaco también López Velarde le tomó gusto a la ópera. Alguna vez González se atrevió a escribir versos, pero como le dijo rlv, Dios no lo puso en ese camino.
2. Según Pedro de Alba, “López Velarde redactó algunos documentos históricos de aquel régimen y parte de los informes al Congreso del régimen de don Venustiano”.
3. Ibid. “Jesús Buenaventura González a la sombra de Ramón López Velarde”, unam, 1958, pp. 95-96. ¿Estuvo López Velarde en la Convención de Aguascalientes de 1914? ¿O es un acto fallido en la memoria de Pedro Alba? Como se sabe, Vasconcelos se inclinó por Eulalio Gutiérrez; no quería saber nada de Venustiano Carranza ni de Pancho Villa. En ninguna parte he encontrado que López Velarde haya vuelto a Aguascalientes desde que llegó a Ciudad de México en enero de 1914.
4. “La apacible locura”, Ediciones Cuadernos Americanos, 1961. Desgraciadamente no conocemos la carta. ¿Se perdió para siempre? ¿O es invención del poeta jalisciense? Los dos artículos que Enrique González Martínez escribió sobre López Velarde, el de 1921, recién muerto el zacatecano, y éste que mencionamos de 1951, son conmovedores. En eso, como su estricto coetáneo José Juan Tablada (ambos le llevaban diecisiete años al zacatecano), demostró una profunda nobleza. Por un lado, los artículos de González Martínez y, por el otro, el “Retablo a la memoria de Ramón López Velarde” y la carta a Rafael López de Tablada en aquel aciago 1921, se leen con lágrimas en los ojos.
5. ¿Cómo iba a imaginar López Velarde que la avenida Jalisco, donde él vivió, se convertiría oficialmente desde fines de los veinte en avenida Álvaro Obregón, es decir, del asesino de su “padrino”? Ambos –poeta y presidente– vivían en la misma avenida.
6. El texto forma parte de El minutero (1923).
7. Se refiere a Anatole France, sobre quien rlv escribió un admirativo ensayo corto en 1920, el cual se recogió después en libro El minutero en 1923, y lo tituló con el nombre y apellido del autor francés. “Lo supo todo y de todo gustó”, dijo de él rlv. Lo vio, sin duda exagerando, como un “portento armónico” y un “antídoto de la fealdad universal”. Era Anatole France, en suma –así lo dijo–, su “fetiche” (“La escuela de Angelita”). A France lo citó con alguna frecuencia en su obra en prosa. En 1915 tradujo para Revista de Revistas el artículo “Misticismo y ciencia”. El sabio e imaginativo abad Jerónimo Coignard, personaje de varios de los libros de Anatole France, era un escéptico espiritual y tolerante.
8. En ese número de homenaje, de noviembre-diciembre de 1921, también resaltaron esa inclinación al misterio en el zacatecano, Alfonso Cravioto, quien escribió que rlv dejó “una obra rara y misteriosa, pero no con más misterio que una flor, ni con mayor rareza que un astro”. Por su lado, Genaro Fernández Mac Gregor, con una prosa que nadie envidiaría, lo destacó sobre todo en el aspecto religioso: “genuflecto (sic) se halla ante el misterio, y se promete que, a la hora del cansancio final, los callos de sus rodillas le han de ser viático”.

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