domingo, 11 de septiembre de 2016

“Cómo decir te quiero, sin añadir papá”

11/Septiembre/2016
Confabulario
Eduardo Mejía

Alfonso Reyes nunca dejó de hacer travesuras, ni siquiera en uno de sus trabajos más importantes como editor, la publicación de las obras completas de Amado Nervo, a quien leyó con especial atención. Uno de sus ensayos más interesantes fue “El viaje de amor de Amado Nervo”, incluido en el tomo VIII de las Obras de Reyes. En él hace un relato no pormenorizado de la vida sentimental del nayarita, y en él hay dos frases llenas de guiños, que pueden perderse de vista: una es que Nervo deshojaba la margarita (y hace referencia a que es algo que los viejos conocidos entenderán); la otra, que Nervo trataba de tomar la margarita sin conseguirlo, el pobre. Se refiere a lo que se narra en El arquero divino, y más explícitamente, en La conquista, uno de los libros que integran El estanque de los lotos, de los últimos poemarios de Nervo. Esa obra, de carácter autobiográfico, cuenta una historia, algo no habitual en los libros de Nervo, donde hay temas afines, pero rara vez una narración continua.
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Mientras en El arquero divino se cuenta la desesperanza de un amor sin futuro, en “Las peras al olmo”, como dice Reyes, se dice lo indecible: un hombre maduro, que sale de un dolor intenso, se enamora de una joven a la que aturde con su perseverancia; él, de 40 y tantos, ella de 18, lo que se ve imposible; ella no lo aleja, pero le pide que frene sus ímpetus; lo que resalta es que le explica que, pese al cariño que le tiene, y que no quiere perderlo, viven una pasión que los hace estremecer; al principio “no quería decirlo; moriría inconfeso… hubiera dado toda su vida por el beso de aquella boca virgen…”; tras la insistencia ella se incomoda, se ruboriza, lo que la hace más bella; recobra la calma y, con una tranquilidad que a “Miguel” lo paraliza, y con cierta “malcriadez ingénita de la niña mimada”, le asesta una frase que él recibe “como una bofetada”: “!Imposible, Miguel; ha puesto usted el colmo a su audacia…! Eso fuera pedir peras al olmo: “¿Yo con mis dieciocho esposa de usted? Ca ¿Cómo decir te quiero sin añadir papá? Amigos, sólo amigos”, y tajante: “ni una palabra en adelante”.
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Los 18 años a que se refiere corresponden también a los 18 años que cumple Margarita, la hija de Ana Cecilia, la “Amada Inmóvil” que seis años antes murió en brazos de Nervo luego de diez años de un amor “sin correr los riesgos de un matrimonio”, como sentencia Alí Chumacero. Margarita ve con inocencia el dolor de Nervo que durante todo un año lo atormenta, lo aísla y deja plasmado en el libro más célebre de la poesía mexicana y que miles memorizaron hasta que la crítica lo desterró y lo calificó como “el poeta del corazoncito de los mexicanos”, desde la Antología de la poesía mexicana firmada por Jorge Cuesta y realizada por los Contemporáneos. Poco a poco se le fue reivindicando, con mejores selecciones en antologías, mejores ediciones y hasta la no muy crítica Yo te bendigo, vida, de un Carlos Monsiváis que años antes lo había apabullado.
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La obra poética de Nervo no es breve, más de 20 títulos a lo largo de poco más de 30 años, y muchos poemas que fueron de memorización obligada, tanto en la educación civil (a los niños Héroes, a Guadalupe la Chinaca, a Hidalgo y Morelos) como en la educación sentimental (además de La amada inmóvil, algunos poemas sueltos, como “Gratia Plena” y “El día que me quieras”, ambas musicalizadas, y la segunda inmortalizada por Jorge Negrete pese a inoportunas esdrújulas y unas incómodas sinalefas; su “Cobardía” prácticamente todo lector la memorizó) y en su Antología del Modernismo, José Emilio Pacheco nos dio a conocer a un Nervo que no habíamos leído, sugerente, ágil, con una nueva visión del idioma; por esa misma época, principios de los años setenta, se revaloró su prosa, se le reconoció pionero de la ciencia ficción, y se leyeron, por primera vez en muchos años, sus relatos que anticiparon la nueva sensibilidad.
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Pero, piadosamente, como aconsejó el severo Jorge Cuesta, cerramos los ojos ante la mayor parte de su poesía. Y no siempre se vio, como lo hizo Alfonso Reyes, el drama de vivir apasionado de su hijastra Margarita; al tiempo que los perturbadores poemas de El estanque de los lotos mantenían una correspondencia con Margarita, donde en cada misiva le manda miles, o millones de besos, y le pide no que no lo olvide, sino que lo tenga presente; la llama Margot, Margotón, Mignon, mi querida hijita, Margarita adorada, mi amorcito, amor mío; en alguna, Margarita Nervo, aunque nunca perdió el apellido de la madre, Dailliez.
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Ana Cecilia murió en enero de 1912, y el luto duró, como dicen los sociólogos y los cardiólogos, un año entero, luego del cual alzó la vista, recobró la vida que tenía empeñada en relatar la historia de amor que había vivido, y se dio cuenta que su hijastra era el retrato de la madre; al reconstruir por las cartas y los poemas lo que sintió y vivió, fue algo más que un amor paternal; ella le ruega que no le pida lo imposible, pero se convirtió en su compañera de viajes, su albacea, lo acompañó a ver a la familia Nervo, casó con un sobrino del poeta, y resguardó el legado, escaso en bienes materiales, riquísimo en obra publicada e inédita; se comportó como una viuda digna, sin denigrar a su esposo. Entre los materiales que no habían visto la luz estaba El estanque de los lotos, que envió días antes de morir al célebre editor Agustín Loera y Chávez, de Cvltvra, aunque se publicó en Buenos Aires, y La amada inmóvil que no escribió para que se publicara sino para descargar su dolor.
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No fue el último amor de Nervo; poco antes de morir conoció a Carmen, quien lo cuidó en sus últimos días, y a la que le dice, en cartas ardientes, que la adora, le pide que lo quiera un poquito, y a la que dirige la postrer misiva, inconclusa. Esa pasión no borró la que sintió por Margarita, aunque tenía más posibilidades de llegar a mejor final, pues no tenía el sello de pecado, ni fue tan oculto como el otro, aunque sus íntimos lo conocían y cuchicheaban; por eso Alfonso Reyes decía que el pobre de Nervo no podía alcanzar la margarita. Y hay que considerar que los 18 años de Margarita no le daban, oficialmente, la mayoría de edad, además de que el sentimiento comenzó a nacer, si se toma en cuenta la fecha de las cartas y la redacción de los poemas, cuando ella tiene 16 o 17 años.
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Una historia de amor perturbadora, con el verso más inusitado de la poesía mexicana.

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