domingo, 21 de junio de 2015

2010-2015: cinco años con Carlos Monsiváis

21/Junio/2015
Confabulario
Gerardo Ochoa Sandy

A Beatriz Sánchez Monsiváis

Le pesa todavía, a Carlos Monsiváis, la figura pública. En parte la construyó: su militancia, a lo largo de cinco décadas, dio origen a la versión, en varias ocasiones cierta, acerca de su capacidad para ubicarse en dos lugares a la vez: en una conferencia en las aulas universitarias y en una marcha hacia el Zócalo, en la cháchara de la Lagunilla y la Plaza del Ángel y en la extinta arena de lucha libre Pista Revolución, detrás de la línea telefónica o ante las cámaras. En parte también la versión se construyó por cuenta propia, a resultas del hueco que existía entre el intelectual y la sociedad, que Monsiváis disolvió. Desde los 70, varios intelectuales y académicos comenzaron a intentarlo, a través de artículos de fondo en los diarios, e incluso Televisa ofrecía, a algunos, programas y cortes de opinión. Sólo que, desde entonces, el único al que el ciudadano se topaba en la calle e identificaba era Monsiváis. Antes de la explosión de la realidad virtual, libreta de notas y pluma en mano, Monsiváis ya era caudal de blogs, invocado trending topic –“lo dijo Monsiváis” –, red social desde lo marginal hacia el centro, diderotiano buscador google. La dedicación con la que colocó la cultura popular dentro de la conversación cultural, la desacralización de su propia figura intelectual y la perseverancia en las trincheras de las causas perdidas de México, completaban la conspiración a favor de la “figura pública”. Lo que más pesa sobre la obra.


Monsiváis era un polígrafo: cronista y crítico, ensayista y polemista, estilista y libelista, caudaloso aforista en el artículo de cada ocasión y dramaturgo de piezas en un acto, el brindis de “la R” más temido por la clase política nacional, legión de heterónimos que escribían a solas o al alimón y se agazapaban bajo “Monsiváis, denominación de origen”. La copiosa presencia periodística de sus textos que se publicaban en torno a asuntos de coyuntura impedían a muchos de sus lectores advertir las distintas líneas de continuidad, más allá del denominado con estrechez “rescate de la cultura popular”. Lo mismo ocurre con sus textos “de izquierda”, leídos básicamente como tomas de posición, aunque es sistemática la puntualización crítica acerca de sus prácticas, sus alcances y sus aporías. Unas cuantas crónicas canónicas, verbigracia la del 68, la del eclipse y las del terremoto, opacan a las demás. Lo que menos se lee es el estilo: los estilos. Lo menos analizado, su crítica sobre literatura, artes plásticas, fotografía, procesos culturales.


Durante los cinco años transcurridos desde su muerte, que se cumplen el 19 de junio de 2015, la figura pública ha comenzado a decantarse. Las reimpresiones por parte de Era, en ediciones de bolsillo, con portadas de Rafael Barajas, y una decena de nuevos títulos de distinto perfil, perseveran en la necesidad de la relectura y las nuevas valoraciones. Salvo alguna omisión, desde 2010 a la fecha se han publicado un libro que dejó concluido: Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México (Debate, 2010, corrección y ampliación de la edición de 1994 publicada por Alianza Cien a solicitud de René Solís, lanzada en 2009, edición destinada a las bibliotecas públicas) y dos estructurados en lo fundamental: Historia mínima de la cultura mexicana en el siglo XX (El Colegio de México, 2010, edición final preparada por Eugenia Huerta) y Las esencias viajeras. Hacia una crónica cultural del Bicentenario de la Independencia (FCE, CONACULTA, 2012, prólogo de Antonio Saborit). En el lapso se han publicado también cuatro antologías realizadas por terceros, en colaboración y/o con su supervisión y casi con su vistazo o aprobación final: Que se abra esa puerta. Crónicas y ensayos sobre la diversidad sexual (Paidós, 2010, presentación de Martha Lamas y prólogo de Alejandro Brito), Los ídolos a nado. Una antología global (Debate, 2011, prólogo y selección de Jordi Soler, lanzada inicialmente en España), Aproximaciones y reintegros (Trilce, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2012, compilación, notas y edición de Carlos Mapes) y Misógino feminista (Debate Feminista, Océano, 2013, selección y prólogo de Martha Lamas). Una quinta antología es Maravillas que son, sombras que fueron. La fotografía en México (Era, Museo del Estanquillo, CONACULTA, 2012), que no precisa si contó con su participación. Y en 2014, Miguel Ángel Porrúa y el CONACULTA reeditan El género epistolar: un homenaje a manera de carta abierta, publicado en 1991, con una investigación iconográfica ampliada.


Las esencias viajeras de 2012 es uno de los libros centrales de Monsiváis, dedicado a las corrientes culturales que circulan en México y Latinoamérica. Junto a Aires de familia,Imágenes de una tradición viva e Historia mínima de la cultura mexicana del siglo XX,conforma la involuntaria tetralogía sobre tal vez su proyecto intelectual de más largo alcance. En rigor, esta preocupación se remonta de manera natural a las bases que estableció con la puesta en visión de la cultura popular. El registro de lo que ocurría debajo de la cultura institucional y en los márgenes de las bellas artes figura en Días de guardarAmor perdido,Escenas de pudor y liviandadLos rituales del caos y Apocalipstick que son, en su conjunto, exposición de un muestrario heterogéneo, indagación de una taxonomía, construcción de conceptos guía y vigía. La tetralogía abreva en esas obras en busca, desde la órbita nacional y latinoamericana, de los puentes colgantes entre la expresión popular y la expresión de las élites, apuesta cultural y política en defensa de la tradición laica.


En Las esencias viajeras, Monsiváis se ocupa de las identidades nacionales, el dilema Iglesia y Estado, el liberalismo y la secularización, la querella humanista y sus variaciones, el costumbrismo y el cosmopolitismo, la explosión de la revolución mexicana y la aparición de la ciudad letrada, las izquierdas emblemáticas y los feminismos en la zona, el protestantismo y la disidencia gay, la batalla educativa y la globalización. Monsiváis construye esta crónica de las mentalidades inclinándose, de manera predominante, hacia pensadores, escritores, poetas y cineastas: Sarmiento y Facundo, Rodó y Reyes, Mariátegui y Martí, de manera destacada Paz y Buñuel, entre otros. En Las esencias viajeras, el “ser nacional” no es una entelequia, como ocurre en El laberinto de la soledad, sino una sucesión de acontecimientos culturales y políticos de diversa índole y distintas latitudes, que no ajusta a una corriente de pensamiento, ni expone desde la lógica de una evolución aunque no está ausente la intención. Elige, por el contrario, acercarse desde una actitud intelectual a la vez más cauta y de más alcance: la que se apega a lo que arroja el repaso histórico, con sus zonas aún no descubiertas. Monsiváis no construía sistemas desde posturas o certezas con un ánimo integrador, que a menudo es excluyente, como le sucede a algunos materialistas históricos e historiadores liberales de México. Eso consta, lo advierte el lector atento, en los frecuentes ejercicios de re-definición de nociones como cultura, democracia, izquierda, nacionalismo, entre muchas más, que aparecen en varias de sus obras. La acepción “esencias viajeras”, solo contradictoria en apariencia, ilustra la indagación en la que se esforzaba, que la muerte interrumpió.


Es la misma preocupación de su Historia mínima de la cultura mexicana del siglo XX, cuyo antecedente son las canónicas “Notas sobre la cultura mexicana”, de 1977, de la Historia general de México de El Colegio de México. Aunque incluye la nota introductoria de Monsiváis, donde ubica la investigación en el contexto de sus tareas en el Seminario de Cultura de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, muestra más su naturaleza inconclusa, no solo por los pasajes pendientes sobre Jorge López Páez, José de la Colina y Luis Cardoza y Aragón, que estaban contemplados, sino por el tránsito de la apuesta ensayística de digamos la mitad inicial a los apuntes y semblanzas biográficas de lo demás, sobre lo cual con alta seguridad Monsiváis hubiera trabajado todavía, para brindarles un análisis histórico más articulado, como se palpa que era su intención original. La aproximación precisa las estaciones centrales de la historia cultural mexicana del siglo XX, desde sus temáticas y problemáticas, movimientos y grupos, la narrativa y la poesía, las artes plásticas y el arte popular, en menor medida otras expresiones artísticas. El corte, por acuerdo con El Colmex, es la década de los 80, precisa Monsiváis. La Historia mínima de la cultura mexicana del siglo XXes una cartografía que clarifica y envía señales hacia futuros asedios.

En tanto, sobre las antologías. Invaluable contribución a la batalla por las conquistas de las libertades de género son Que se abra esa puerta, evocación de los versos “que se cierre esa puerta que no me deja estar a solas con tus besos” de Carlos Pellicer, y Misógino feminista, que reúne una parte sustancial de lo que escribió entre 1978 y 2008 sobre la “segunda ola” del feminismo en México. Lo es también el empeño de Jordi Soler en Los ídolos a nado que le ofrece al lector de España una aproximación a figuras del cine y la cultura popular, complementadas con textos sobre Siqueiros, el metro, Marcos y la cultura iberoamericana. Es difícil asegurarlo, pero aunque Monsiváis llegó a sugerir el título, también un verso, de López Velarde, quizá habrían quedado fuera varios de sus registros temáticos, si la finalidad era ofrecer una visión más integral de su obra al lector español, lo que podría llevar a sugerir que la selección final estaba todavía por concluirse. El recate de Carlos Mapes, en tanto, contribuye a consolidar la certidumbre de que Monsiváis es uno de los críticos de literatura más importantes del siglo XX, a través de una compilación de lo publicado originalmente en “La cultura en México” de Siempre!, revisados por Monsiváis para su edición. Sobra, en la portada, la aseveración: “Por primera vez se reúne en un solo volumen la crítica literaria de Carlos Monsiváis. Casi toda ella apareció en el legendario suplemento La Cultura en México”, mercadotécnica y catedraliciamente inexacta.


Finalmente, Maravillas que son, sombras que fueron. La fotografía en México, abre con las “Notas sobre la historia de la fotografía en México” preparadas para la Bienal de Fotografía de 1980 y cierra con “El fotoperiodismo. La historia se hace a cualquier hora”, repaso panorámico que anticipa la lista de ensayos más vastos sobre varios autores que quedaron pendientes, solitario texto de la sección tres. La antología agrupa en la primera parte textos sobre clásicos de la fotografía en México –los Casasola, Sotero Constantino Jiménez, Manuel y Lola Álvarez Bravo, los hermanos Mayo, Gabriel Figueroa, Armando Herrera, Héctor García– y en la cual pudieron figurar los dedicados a Mariana Yampolsky, Graciela Iturbide y Pedro Meyer, colocados en el segunda parte, junto a Rogelio Cuéllar, Rafael Doniz, Daisy Ascher, Yolanda Andrade, Lourdes Grobet, Francisco Mata, Francis Alys y los desnudos de Spencer Tunick en el Zócalo. La antología es una aportación que complementa lo publicado en diversos catálogos, todavía pendiente de reunión, aunque no ofrece una nota introductoria acerca de los criterios de selección y agrupación, ni figura el nombre del antologador. El subtítulo “La fotografía en México”, generaliza.


La presencia editorial post-mortem de Monsiváis tiene un mérito adicional: no hay una revista o corporativo intelectual que se ocupe de su defensa y promoción, lo cual confirma que su ausencia en la vida pública de México se resiente en verdad, y sus lectores, investigadores y editores asumen el compromiso intelectual y moral de seguir acercándolo a los lectores.

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