jueves, 9 de octubre de 2014

Revueltas y los bajos fondos

Octubre/2014
Nexos
Edith Negrín 

“Que el hombre propende a edificar y trazar caminos, es indiscutible —dice el protagonista de El subsuelo—. Pero ¿por qué se perece también hasta la locura por la destrucción y el caos?… ¿No será porque sienta un terror instintivo a llegar al término de la obra sin rematar el edificio?”. Dostoievski aquí es radical, hiperbólico —tal vez demoniaco— y lleno de una desmesurada voluntad del propio aniquilamiento. “¿Quién sabe —agrega—si el fin a que la humanidad propende, consistirá tan sólo en ese incesante esfuerzo por llegar?”.
¿Incesante esfuerzo ha dicho? […]. Sí, puede responder Dostoievski: os llamo a ser parte prodigiosa del infinito.
—José Revueltas, Las evocaciones requeridas

Buena parte de la narrativa mexicana del siglo XX se refiere a los de abajo, a los vencidos, a los ofendidos y humillados. Pero ningún autor ha ofrecido una crónica tan completa, tan compleja y con tan alto nivel literario de los bajos fondos en el México vigesémico como José Revueltas.
Sus narraciones indagan en profundidad sobre la condición humana; por lo que hace a la visión del mundo, desde el materialismo histórico y dialéctico asumido en su juventud; en cuanto a la literatura, desde el realismo crítico que él, buscando una alternativa al realismo socialista, transforma en una teorización sobre el “lado moridor” de la realidad.
Leídas en un orden cronológico, sus novelas documentan una travesía hacia el desencanto, la degradación social, la deshumanización. Trayectoria vinculada con su decepcionante peregrinaje por diversas organizaciones de la izquierda mexicana. Vistas como simultáneas, las novelas dialogan entre sí, proponen constantes e interrogaciones no solucionadas. Son un panorama de lo oculto, de lo no dicho, de lo omitido o borrado por la cultura oficial, incluyendo la cultura de la oposición.
Los bajos fondos de Revueltas, de tradición en su amada literatura rusa, en Gorki, y sobre todo en Dostoievski, connotan y enlazan elementos de diversa índole. Los espacios urbanos, tanto como los cuerpos y sus funciones, simbolizan las circunstancias político-sociales, la condición humana, nuestros abismos interiores.
Un poco como en la cita de las Memorias del subsuelo elegida por el autor, la narrativa revueltiana es una exploración en lo subrepticio, en un esfuerzo incesante por trazar, o más bien por descubrir, un camino, siempre tanteando al borde de la desesperación y con el pánico de arribar tal vez no al infinito sino a una nada existencial como la que menciona con frecuencia en sus ficciones.
Si los bajos fondos son esos submundos marginales generados por el supuesto progreso y la injusta distribución de la riqueza al expandirse las ciudades, empezaríamos por situar a José Revueltas como uno de los grandes narradores urbanos en nuestra literatura.
Su primer cuento publicado, Foreign Club (1938), relata un enfrentamiento entre taxistas en huelga y las fuerzas de la represión, la policía, los bomberos, los soldados, en un contexto netamente capitalino. Si bien la acción de Los muros de agua (1941) se ubica en una prisión de las Islas Marías, el trayecto de los prisioneros, una sucesión de vehículos clausurados, se inicia en la capital.
En El luto humano (1943) ese mural del fracaso de los proyectos agrarios del sistema político de la Revolución, seguimos en su huida al personaje Calixto, guerrillero villista que hurta un puñado de joyas en el asalto a una hacienda del antiguo régimen. A través de la mirada del ingenuo campesino, que en la metrópoli es despojado de sus alhajas y su futuro, el narrador presenta una travesía que podría ser asimismo una metáfora de la novela de la Revolución: “de pronto cesa el campo y un empeño de ciudad nutrida de chiquillos ventrudos, patios, postes, barro, tendederos, mendigos, sobreviene […]. ¡Esa era la ciudad de México, polvorienta, de pequeños edificios y rectas calles, con sus cocheros desgarbados y sus vertiginosos, insensatos, automóviles Ford!”. Ese horizonte que asombra a Calixto va a ser, en buena medida, el del autor en sus siguientes novelas: el polvo y el barro de la miseria, junto con el vértigo de la industrialización representado indiscutiblemente por los autos.
Sin embargo, es en Los días terrenales (1949) que los personajes se mueven casi todo el tiempo en la ambientación metropolitana. En términos generales toda la espacialidad de la narrativa de Revueltas lleva el sello de la etapa clandestina del Partido Comunista Mexicano, articulando un formidable caleidoscopio temático de ocultamientos, prohibiciones y conjeturas. Pero son sus novelas políticas, Los días terrenales, Los errores (1964) e incluso El apando (1969), las que llevan esta impronta a su máximo límite. Las tres son novelas citadinas.
En Los días terrenales algunos de los personajes, además de plenamente urbanos, habitantes representativos de la capital, son cosmopolitas, en tanto están conectados al mundo por flujos de ideas que rebasan fronteras geográficas y culturales, como apunta José Manuel Mateo. Los activistas políticos que protagonizan la trama norman su conducta por los lineamientos de la Unión Soviética, de acuerdo al desarrollo del comunismo internacional. En Los errores se amplía este cosmopolitismo, e incluso alguna escena ocurre en Moscú.
Pero la óptica del autor recorta siempre determinados espacios de las urbes, los ámbitos de la marginalidad: las zonas habitadas o deambuladas en su mayor parte por menesterosos y delincuentes, tanto como por los militantes comunistas; el sitio marginal más extremo, la cárcel.
En Los días terrenales, rubro bajo el que el escritor de Durango deseaba ubicar toda su novelística, desde la alucinante escena inicial, queda claro que los indígenas sólo pueden recuperar tanto la dignidad de su condición humana, como la magia de sus rituales, fuera de las zonas urbanizadas. Dentro, corren el riesgo de ser devorados por los bajos fondos.
Un sitio fundamental en la novela es la pobre vivienda que funciona como “oficina ilegal” del partido, y también como morada de los comunistas, el dirigente Fidel y su compañera Julia. Ahí, al inicio de la trama se mezclan las conversaciones, siempre veladas por el temor a la vigilancia policiaca, sobre las actividades políticas inmediatas con el olor deletéreo del cuerpo de la hija de 10 meses de la pareja, llamada Bandera, que acaba de fallecer por desnutrición.
Se trata de un cuarto “estrecho, pobre, mal ventilado y frío”, alumbrado con velas y con un humilde brasero para calentar el café, donde la sordidez de las paredes se disimula por las promesas de la esperanza, retratos de Lenin y Flores Magón, así como un viejo cartel que el dirigente había traído de la Unión Soviética y representaba el asalto al Palacio de Invierno en 1917.
Uno de los comunistas jóvenes, Rosendo, en misión activista después de haber dejado a Julia y a Fidel, evoca cómo este último prefirió dedicar el dinero destinado al entierro de su hija, a los envíos del periódico del partido. Fascinado con el gesto, piensa que hasta aquel mismo “cuarto, sucio, pobre, se había convertido en el símbolo del ideal, en la representación del desinterés y el sacrificio con los que era necesario recorrer el áspero y tormentoso camino de la lucha revolucionaria”. Pero para el narrador de la novela, y para algunos de los personajes portavoces del autor, la habitación estrecha, pobre, mal ventilada y fría, es un espejo de Fidel, esclavo de lo que considera la ortodoxia comunista. El insensible líder es el prototipo de los comunistas dogmáticos que Revueltas rechazaba, como se ha dicho muchas veces en diversos análisis de la novela.
La crítica a los comunistas sectarios y dogmáticos, a la dirección del partido y a quienes obedecían sus instrucciones sin reflexionar, seguros de poseer la verdad histórica, ocasionó una respuesta de repudio a Revueltas por una gran parte de sus compañeros, respuesta que ha sido documentada por la crítica.
Dos personajes opuestos, Fidel y Julia, hacen explícita una de las concepciones fundamentales del autor sobre la realidad, más allá de lo anecdótico; hay palabras o pequeños actos que son indicios de un estrato interior de los seres humanos o las situaciones, como un sistema de catacumbas, esos recintos de culto y cementerio. Así, el militante ejemplar percibe “signos ocultos”, “señales externas” debajo de las cuales “se advertirían los pasadizos secretos de un abrumador sistema de catacumbas del alma lleno de las más verdaderas e inquietantes revelaciones”.
Queda claro que el presentimiento va más allá del personaje, pues a propósito de Julia el narrador reitera la misma idea. El dirigente se refiere con desprecio a Gregorio, el militante humanista, sensible y lleno de incertidumbres con el cual se identifica el autor, afirmando: “está equivocado en forma absoluta”. Al escuchar estas palabras de su esposo, Julia siente “un estremecimiento breve y frío”:
el sistema general de catacumbas. El laberinto. Los pasadizos secretos. Pues Fidel no expresaba con aquella frase lo que quería decir […]. Era en su actitud  […], en ese destello empobrecido de sus ojos donde se adivinaba, tenebrosamente oculto, un mensaje cifrado, una híbrida cosmogonía de sentimientos e incitaciones de cuyos oscuros símbolos el idioma no podría dar sino una versión opuesta y lejana.
Uno de los pasajes más significativos de Los días terrenales es la caminata por las calles del centro histórico de los militantes Bautista y Rosendo en una madrugada urbana, para fijar en las paredes la propaganda del ilegal Partido Comunista: “los rodeaba la negra ciudad sin límites”. Carentes de referencias. Sin brújula, sin “estrella polar alguna” se sienten en “una ciudad submarina” que es a la vez “una placenta enemiga”.
Como ocurre casi siempre a los personajes revueltianos, la vivencia del momento combina las intuiciones sagradas, la inefabilidad cosmogónica, con las pruebas de su terrenalidad, de su calidad de seres hechos de una materia que se descompone. Ambos jóvenes comparten una percepción que el narrador califica de mágica: “la convivencia de sucesos ocurridos hace cuatro siglos con cosas existentes hoy”. Perciben la presencia de los volcanes, la de la “Tenochtitlán prehispánica”; “voces que venían desde Tlatelolco, donde Zumárraga edificó el Colegio de los Indios Nobles, se escuchaban a más de dos o tres kilómetros, en la plaza donde los acróbatas de Moctezuma hacían el juego de El Volador; lamentos y silbatos y silbatos provenientes de Popotla y Azcapotzalco”. Algunos apuntes prefiguran la ciudad inventada por Carlos Fuentes:
No importaba que los ruidos de Tlatelolco y Nonoalco fuesen el aletear, como rojo pájaro ciego, de las respiración fatigada de alguna locomotora, o el ardiente ir transmutando la materia de los alimentadores de los altos hornos de la Consolidada; ni que ese largo sollozo de Azcapotzalco se transformara en la sirena de la refinería: eran también el rumor de los antiguos tianguis, el canto de los sacerdotes en los sacrificios y el patético batir de remotos teponaxtles.
Sin embargo, la magia pronto se desintegra ante la presencia de uno de los enormes basureros de la ciudad, “lleno de trapos, de algodones sucios, de botes viejos y de hojas de lata, encima de cuya inverosímil podredumbre y miseria vivían algunas espantosas gentes, algunos seres absolutamente no humanos, pero vivos y terribles”.
Los errores es la novela que el autor publicó después de un silencio de siete años, por lo que hace a los textos de ficción. Como es sabido, las críticas de sus correligionarios a Los días terrenales desataron en él un profundo y triste proceso de revisión de sus presupuestos estéticos, para hacerlos concordar con los políticos. Entre ambas novelas, el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (1956), en el que Nikita Jrushov condenó la política de Stalin, abrió una fase de autocrítica y renovación en los partidos comunistas de muchos países. De ahí que Revueltas considerara atinado reiterar sus críticas a cierto tipo de militantes ahora identificados como estalinistas. La caracterización que de ellos hace el escritor en Los días terrenales, en Los errores ya no se refiere sólo a México sino a la URSS.
Si Los días terrenales alcanza uno de sus momentos culminantes en la escena del basurero, Los errores va más allá. Como si todo lo existente sobre la superficie de la tierra no bastara para significar el descenso al cual pueden llegar los seres humanos, uno de los personajes protagónicos, Olegario, para escapar de la cárcel tiene que pasar por los albañales. El narrador describe en detalle los desperdicios de la comida, era como:
un puerto donde se había declarado la peste, sucio hasta la locura, donde todos los habitantes estaban muertos dentro de sus casas y hedían, transmitían a la atmósfera un aire orgánico nuevo, de gases descompuestos por la materia podrida, por todo lo que del cuerpo sobrevive tercamente, intestinos, vísceras, mucosas, cartílagos, un espantoso aroma embriagador, que entraba en la nariz como un alimento agrio, macerado por toda clase de secreciones envejecidas y pegajosas.
Olegario recuerda, en una conversación con Emilio Padilla, en Moscú, el acoso de las ratas. Su interlocutor compara el caño del drenaje con la burocracia soviética:
un caño de agua sucia, como el tuyo. El paraíso de las ratas. Los burócratas por todas partes, incoloros, diligentes, siempre dispuestos a enardecerse hasta la ignominia y el crimen, llevados de un falso celo dogmático, de una ortodoxia fingida, tan sólo en busca de las pequeñas comodidades y de las condecoraciones. Entretanto, los verdaderos comunistas callan, sombríos y con los dientes apretados.
Sin duda Padilla, inspirado en el militante mexicano Evelio Vadillo, que estuvo por años prisionero en la URSS, presumiblemente en una etapa posterior a la escena recreada, expresa la posición de un Revueltas dispuesto a decirlo todo, ya sin tapujos, independientemente de las reacciones.
El sitio límite de los bajos fondos es la cárcel. Desde Los muros de agua, hasta El apando, y algunos de los relatos, la narrativa de Revueltas recrea los numerosos presidios que conoció, el reformatorio juvenil, las Islas Marías, el penal de Lecumberri, por citar los principales. Puesto que éste es uno de los aspectos más analizados por la crítica, no me detengo en comentarlo. Sólo reitero que ése es el espacio donde coinciden los delincuentes y los disidentes, y recuerdo que en El apando la prisión lo ha invadido todo; salvo los visitantes, el exterior apenas existe. No hay encarcelados por sus ideas o por su activismo. Sólo quedan los comunes, los asesinos, los rateros, los drogadictos. Tampoco hay fugas ni intentos, sino una resignación absoluta a la fatalidad por parte de los seres humanos. No se trata de una narración explícitamente política, como las novelas precedentes. Sin embargo, la circunstancia de su escritura, la cárcel de Lecumberri donde el autor estuvo prisionero después del movimiento del 68, la cerrazón que preside el ritmo narrativo, carente de pausas, e incluso la tipografía, acendran la simbólica sugerencia política. Como a los prisioneros insurrectos, la represión ha vencido la disidencia en el país, no existe más que “aquella ciudad y aquellas calles con rejas, estas barras multiplicadas por todas partes, estos rincones”.
En el universo narrativo revueltiano el cuerpo es, en cada novela, más degradado. Por una parte, han sido desterrados, casi por completo, el placer sexual y la procreación. En El luto humano la única mujer que parece estar encinta es “la Calixta”, pero su embarazo es una parodia, en realidad tiene hidropesía. En El apando la madre de El Carajo es una mujer envilecida, que se presta a meter a la cárcel la droga en su vagina. Al final, El Carajo parece darse a luz a sí mismo.
Si en las primeras novelas pueden rastrearse sentimientos amorosos, en el universo de El apando ya no hay sentimientos positivos y apenas una parodia del placer sexual, representado por el deseo insatisfecho de varios personajes y los movimientos obscenos que adquiere el tatuaje de uno de ellos con el movimiento.
Por otra parte, hay una presencia constante de la mierda. Ya en Los muros de agua los prisioneros escenifican una atroz batalla de excrementos en la bodega del barco que los conduce a la isla.
En Los días terrenales el autor ofrece una detallada reflexión sobre el tema. Bautista, en el basurero, evoca las horas precedentes, pasadas con Fidel y Julia, y especula sobre el significado de cada acción, de cada palabra. De pronto sus meditaciones se cortan bruscamente al sentir “que había pisado algo blando viscoso entre los desperdicios del tiradero” y oler “la infame pestilencia”: “Y no es siquiera de un animal —estalló para sí mientras trataba de limpiar la suela de su zapato—, sino precisamente de un ser humano”.
La mierda reorienta sus cavilaciones: en el mundo del tiradero los hombres, semejantes a él mismo, “no tenían necesidad alguna, de ninguna especie, de disfrazar sus pasiones y sus vergüenzas”. En tanto que en el mundo de afuera “la porquería y la miseria morales estaban ocultas por el más púdico de los velos”. De cualquier forma eran mundos iguales y reveladores de la condición humana.
La mierda era un indicio revelador, “la señal para una ética o para un sistema científico. Tanto daba la deyección del hombre como la manzana de Newton tratándose de puntos de partida. La gravitación universal o la defecación universal”. Pisar la “miserable materia fue como descorrer el velo que cubría sus pasiones, y ahora ante sus ojos se le mostraba la verdad amarga y desnuda”.
En la narrativa de Revueltas hay una retroalimentación entre los bajos fondos urbanos, los del cuerpo, los del sistema político, los de las ideologías. Ejemplifica una y muchas veces la tesis expuesta en Los errores: el hombre es un ser erróneo.

Bibliografía
Mateo, José Manuel (2012): “En el espejo de la ciudad: confrontación entre Los días terrenales y La región más transparente”, en La región más transparente en el siglo XXI. Homenaje a Carlos Fuentes y a su obra, Georgina García Gutiérrez Vélez ed., UNAM, Fundación para las Letras Mexicanas, Universidad Veracruzana, México.
Revueltas, José (1937): “Foreign Club”, en Obras completas 11, Ediciones Era, México, 1981.
Revueltas, José (1941): “Los muros de agua”, en Obras completas 1, Ediciones Era, México.
Revueltas, José (1943): “El luto humano”, en Obras completas 8, Ediciones Era, México, 1980.
Revueltas, José (1949): “Los días terrenales”, en Obras completas 3, Ediciones Era, México, 1979.
Revueltas, José (1964): “Los errores”, en Obras completas 6, Ediciones Era, México, 1980.
Revueltas, José (1969): “El apando”, en Obras completas 7, Ediciones Era, México, 1976.


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