sábado, 27 de febrero de 2010

Los antologadores al descubierto

27-02-2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Sospecho de las antologías. A los antologadores generalmente se les acusa de amiguismo. Pero hay una verdad aún más vil.

Los escritores mexicanos desean ser un extraño combo del Papa y Pancho Villa.

Así, el antologador genérico es un canonista que sueña ser crítico perdonavidas —Jerome Rothenberg a Bloom le parece el modelo del “crítico como exterminador”—; una aspiración basada en figuras eclesiásticas letales.

Las antologías literarias nacionales son una rama de la Inquisición. Aquí una antología vale, sobre todo, por quién manda a la hoguera, a quién se chinga.

El crítico-inquisidor mexicano presume sus exclusiones. Como el burócrata, siente que cumple su trabajo cuando te niega el servicio.

Esta nefasta tradición la fundó la Antología de la poesía mexicana moderna (1928), hecha por los Contemporáneos y firmada por Jorge Cuesta, que no sólo dejó autores fuera sino que incluía, digamos, a Maples Arce sólo para insultarlo. Maples Arce, claro, luego se vengó de forma aún más baja.

Aunque Cuesta decirlo, esa edición costó que la idea de antología en México quedara hecha mierda.

Siguiendo su ejemplo, desde entonces antologar en México significa dar golpe bajo y excluir nombres sin más argumento que un dúo de huevitos.

En un contexto en que capricho y condena son aplaudida regla, antologar ha perdido su sentido a cambio de ganar motivación cretina extra: auto-canonizarse.

Si antologador = canonista, entonces, aquel que señala quién se salva y quién es ejecutado, obtiene salvoconducto hacia la posteridad imaginaria, pues todos desean los favores de los nuevos antologadores —y cada tres o cuatro años aparecen—; por ende, al compilador se le da colectivamente poder autoritario, presidencialista.

Los antologadores nacionales nunca aceptarán que congregan y gesticulan para obtener un mejor sitio en la República de las Letras. Pero indudablemente antologar da capital cultural canónico. Te puede volver autoridad arbitraria, como también le sucede casi siempre a los reseñistas, esos otros inquisidores.

En México, antologar o reseñar son formas de crítica judicial, ligadas a la prepotencia y la impunidad.

En busca de fuero constitucional, cuando alguien quiere darle un empujón a su carrera busca hacer una antología que recoge y excluye a coetáneos.

Me refiero, pues, a cierto tipo de antología: aquella que presume decir qué es lo salvable del último periodo de una supuesta “tradición” nacional.

Compilando cuates y sacando contrincantes, el antologador “salva” su propio pellejo. Se hace de un “lugar”.

No hablo de ningún antologador de narrativa, poesía o ensayo en particular. Hablo del antologador mexicano en general.

Seguramente hay excepciones. Repasando la lista de nuestras antologías ya “clásicas” o recientes, lo confieso: no encuentro ninguna.


El papel de la lectura más allá del papel

27-02-2010
Suplemento Laberinto
Juan Domingo Argüelles

Dilemas de la lectura, disyuntivas de la vida

Leer es tan sólo una posibilidad, entre muchas otras, de conseguir el gozo. Y leer libros es una experiencia aún más específica y, de algún modo, restringida, porque la lectura de libros puede llegar a ser excluyente de otro tipo de placeres.

En cuestión de placeres y necesidades, hay quienes, al margen de la cultura libresca, “alimentan otro amor y lo viven de una manera absolutamente exclusiva”, como atinadamente sostiene Daniel Pennac en Como una novela.

En sus Crónicas de la ultramodernidad, José Antonio Marina nos recuerda algo que escribió Gracián: “De nada vale que el entendimiento se adelante, si el corazón se queda”, lo cual le da oportunidad a Marina para la siguiente reflexión: “La idea de inteligencia que nuestra cultura está manejando desde hace siglos nos está pasando la factura. Pensar que resolver ecuaciones diferenciales es una demostración más clara de inteligencia que organizar una familia feliz, es una insensatez, y además una insensatez peligrosa”.

Para el caso que nos ocupa, el de los libros y la lectura, siguiendo la reflexión de Marina yo añadiría que pensar que leer muchos libros y convertirnos en eruditos y aun en bibliotecas ambulantes, pero sin que ello se refleje en humanidad, humildad, comprensión, tolerancia, respeto hacia los demás y armonía con el medio, no nos confiere ninguna ventaja sobre los que no leen y, por el contrario, puede constituir una insensatez más dentro del gran catálogo de nuestras insensateces. Y lo peor es que, en este caso, tal insensatez sería generada por nuestro pobre concepto de cultura que con frecuencia consideramos infalible e inatacable.

Los muy leídos pueden ser también, y con frecuencia, muy pedantes y muy despectivos, por lo mismo, muy brutos, pero con un agravante escandaloso: todos los libros que han leído no les han servido en absoluto para hacerse más humanos, sino más ajenos a la humanidad, pues mientras más anatematicemos y animalicemos a los que no leen, más nos apartamos no de la manada (como, cándidamente, suponemos), sino de la sensibilidad y de la inteligencia.

Pongo un ejemplo específico: cierto lector, de Aguascalientes, me envía un correo electrónico y me refiere que, en el condominio donde habita, padece a un vecino egoísta, pendenciero, malhablado, agresivo y ofensivo en muchos sentidos, pero asiduo lector de grandes autores. Conoce a Pessoa y a Joyce. Ha leído a Homero y a Dante. No le son ajenos ni Platón ni Sartre, y desgrana continuamente citas y referencias de Walter Benjamin, George Steiner, Francis Bacon, Theodor W. Adorno, Jacques Derrida y Jürgen Habermas. ¿De qué le ha servido leer? La fácil ironía nos dice que Habermas no le ha enseñado a ver más y que Adorno tan sólo le ha servido de adorno.

¿En qué se nota que este cultivado patán sea mejor persona, comparado con los patanes que no leen? No podemos afirmar que sea más inteligente, porque la inteligencia no le sirve para comprender y distinguir mejor. No podemos decir tampoco que, gracias a los libros, haya conseguido refinar su espíritu, pues un espíritu refinado no se permitiría —encaramado en el pedestal de la arrogancia letrada— el desprecio y la ofensa a los que juzga inferiores por no haber leído lo mismo que él.

¿En qué se nota la mejoría de este lector irascible y presuntuoso? No se nota, y no se puede notar porque el asunto de la mejoría humana no tiene que ver únicamente con la acumulación de libros y letra impresa, sino con la forma inteligente en la que integramos la información y el conocimiento en nuestras vidas. La lectura de libros, por sí misma, no puede garantizarnos una mejor ciudadanía; lo que es más, nunca nos lo garantiza. Y, pese a todo, bajo una lógica culturalista, el patán analfabeto tiene al menos, en su ignorancia, una ligera disculpa que no podemos conceder fácilmente al patán cultivado.

Harold Bloom ya lo había dicho, de modo extraordinario, y José Antonio Marina lo reitera: “Acierta Harold Bloom cuando en El canon occidental se encrespa contra los que creen que la buena literatura mejora a alguien. Ni la buena poesía ni la buena matemática hacen mejor a la humanidad”. La ética, desgraciadamente, no siempre acompaña a la estética. Y, en los centros escolares, podemos sacar las más altas calificaciones en Civismo y ser, al mismo tiempo, personas sin asomo de civilidad.

Al entrar a este sendero, todas las cosas se vuelven más difíciles de comunicar y entender, porque hacen acto de aparición no sólo las dudas, sino también (¡y con qué frecuencia!), los dogmas, las creencias, las ideas recibidas y nunca examinadas, los fundamentalismos con ropaje democrático y, por supuesto, los prejuicios y las certidumbres morales.

He ahí que no faltan los que aseguran que es mejor un criminal culto que uno inculto; un asesino refinado que uno extremadamente bruto. Y este es el preciso punto en el que los desacuerdos llevan incluso al ejercicio de la gritería, el manotazo en la mesa, la descalificación y el insulto, porque a todo el mundo le parece que es bonito tener la razón; o dicho de otro modo: casi todo el mundo cree que estar equivocado es algo horrible y humillante, y por ello todos nos esforzamos en ganar una discusión, echando mano de cualquier tipo de argumento que esté a nuestro alcance, aun si en nuestro fuero interno no estamos del todo convencidos de lo que afirmamos con obstinación.

Dice Bloom: “Leer a fondo el canon no nos hará mejores o peores personas, ciudadanos más útiles o dañinos. El diálogo de la mente consigo misma no es primordialmente una realidad social. Lo único que el canon occidental puede provocar es que utilicemos adecuadamente nuestra soledad, esa soledad que, en su forma última, no es sino la confrontación con nuestra propia mortalidad”. En otras palabras y, con un ejemplo preciso, “Shakespeare no nos hará mejores, tampoco nos hará peores, pero puede que nos enseñe a oírnos cuando hablamos con nosotros mismos. De manera consiguiente, puede que nos enseñe a aceptar el cambio, en nosotros y en los demás”.

Para un optimista escéptico, leer libros puede notarse, pero, por lo general, el que lo nota es el mismo que lee, y sólo lo puede notar respecto de su propia intimidad. Y ello puede ser para bien o para mal: para sentirse integrado a la humanidad o para saberse disgregado del mundo. Otra vez, cito a Pennac: “¿La lectura, acto de comunicación? ¡Otra graciosa broma de los comentaristas! Lo que leemos, lo callamos. Las más de las veces conservamos el placer del libro leído en el secreto de nuestra celosía”.

Por todo ello, tenemos derecho a desconfiar de los que todo el tiempo están parloteando sobre lo leído tratando de apantallar al respetable con el cada vez más ubicuo jueguito de las opiniones sabias.

Vivir fuera de la página, leer al margen de los libros

El asunto de la lectura es algo que nos interesa a algunos desde diversas perspectivas y no hay una sola vía exclusiva y excluyente para decir algo sobre el tema. A mi juicio, lo peor que puede haber en este ámbito es el dogma y el fundamentalismo, que también los hay cultos disfrazados de entendimiento, cuando en realidad son tenacidades irracionales que no osan decir su nombre: son los “fundamentalismos democráticos” a los que se refiere, tan atinadamente, Juan Luis Cebrián y que, en el caso de la lectura, tienen que ver con el imperativo de leer y la utilización de determinados métodos, técnicas y adiestramientos.

El concepto de lectura ha cambiado radicalmente y tenemos que ser abiertos a esta circunstancia. Leer ya no es sólo asunto de leer libros en soporte tradicional. Hay tantas lecturas como medios y soportes, y hay tantas formas de leer como lectores existen. Los lectores de hoy, sobre todo los adolescentes y jóvenes del chat, el blog, el iPod, el twitter, etcétera, se parecen tanto a los lectores de los siglos XIX y XX como se podrían parecer el automóvil Ford T 1908 (que, para arrancarlo, había que darle cran con manivela) y el reciente Ferrari aerodinámico y computarizado.

Los lectores y las lecturas han cambiado. Y esto ni es malo ni es bueno. Es sólo un hecho real. Si los dinosaurios desaparecieron es porque ya no podían vivir más. Entonces, no lo lamentemos: las especies se transforman, se adaptan o se extinguen. Es una ley natural. Y la nueva especie de lector está adaptada a su medio y a su condición, y esto no quiere decir que sea inferior a la especie de lector desaparecida o en vías de extinción, porque en tal caso tendríamos que concluir que el Ford 1908 era mejor que el Ferrari F430 y que el megalosaurus era mejor que el cocodrilo. Si alguien pensara así, ¿podría realmente explicar en qué eran mejores? Lo cierto es que el Ford 1908 está en los museos y el nuevo Ferrari en las calles y autopistas, y que del megalosaurus sólo quedan sus huesos en los museos de historia natural, mientras que el cocodrilo sigue feliz de la vida en los ríos y pantanos.

Sólo hay una realidad: la que vivimos todos los días, y lo demás es información que sólo es útil y relevante si sabemos cómo usarla para transformarla en conocimiento que nos ayude a vivir mejor y, quizá, a ser un poco menos aburridos, más satisfechos. Montaigne dijo: “Podemos lamentar no vivir en tiempos mejores, pero no podemos huir del presente”.

En la historia natural, hubo un periodo en el que los mamíferos coexistieron con los grandes reptiles que habían sobrevivido a los cambios climatológicos, así también hoy coexistimos los lectodinosaurios con los nuevos lectores del mundo electrónico. Y no sólo esto: para no perecer, las viejas especies deben adaptarse, transformarse y adecuarse al medio: muchos de nosotros ya somos lectores híbridos (del libro tradicional y de la computadora), porque sabemos que lo importante no es el soporte sino lo que soporta; no el libro como objeto, sino su contenido.

Y, como dicen los sabios japoneses: si algo desaparece es porque a cambio surge algo mejor. Esta anécdota, que me encanta, la refiere el bibliotecario, ensayista e investigador francés Michel Melot, quien fuera presidente del Consejo Superior de Bibliotecas de Francia entre 1993 y 1996, así como director de la famosa Biblioteca Pública de Información del Centro Georges Pompidou, en París. Explica:

Al discutir de la muerte del libro con historiadores japoneses, tuve la sorpresa de verlos sonreír, y, cuando les pregunté si este miedo también se manifestaba entre ellos, me contestaron que esa era una curiosidad occidental. El libro, para ellos, no tenía ningún carácter obligatorio, y si algún día acabara por desaparecer, eso sería porque se habría descubierto algo mejor.

En un exceso de “irracionalismo inteligente”, distorsionamos el concepto de lectura atribuyéndole valores positivos sólo si está vinculado al libro tradicional (sea en papel o escaneado en la pantalla). Nulificamos la universalidad del verbo leer si sólo aplicamos su acción a este tipo de bibliografía canónica. Bajo este falso criterio, todo lo que no sea Libro es basura.

Sin embargo, nadie que aplique la racionalidad inteligente hace abuso de la terminología cuando llama libro al texto digital y al documento electrónico. Lo importante de una botella es su contenido, no la botella o, para decirlo más claramente, si el contenido de una botella no es algo útil o grato, lo único que nos queda es una botella vacía. Lo mismo ocurre con el libro, ya sea en papel o en otro soporte. Si bien los códex y los rollos, los pergaminos y las tablillas sumerias no eran exactamente libros, cumplían la misma función de los libros: transmitir el pensamiento y la emoción. El medio no es el fin; es sólo un instrumento.

Así como, a lo largo de los años y con el descubrimiento de nuevas tecnologías, el objeto libro ha cambiado en su forma, aunque no en su esencia, asimismo los lectores y las formas de leer se han ido modificando hasta dejar atrás las imágenes y los arquetipos de los antiguos lectores y las formas primarias de leer.

Hoy, un lector no es únicamente el que lee libros en papel o, solamente, el que frecuenta la bibliografía canónica. El canon no es más el canon, o bien, para decirlo con otro fácil juego de palabras, el canon occidental se ha convertido en el canon accidental: lo que cada quien defiende como su presente y su porvenir en la lectura. Para decirlo con Armando Petrucci, una gran cantidad de lectores rechaza el intervencionismo estatal y el autoritarismo cultural y lee lo que se le pega la gana, sin que esto signifique realmente un peligro para la lectura, pues “hasta que dure la actividad de producir textos a través de la escritura (en cualquiera de sus formas), seguirá existiendo la actividad de leerlos, al menos en alguna proporción (sea máxima o mínima) de la población mundial”.

Petrucci nos recuerda lo que alguna vez escribió Hans Magnus Enzensberger y que, con bastante frecuencia, suelen pasar por alto los proselitistas coercitivos del libro: “El lector tiene siempre razón y nadie le puede arrebatar la libertad de hacer de un texto el uso que quiera”, incluidos, entre estos usos, el de la reelaboración y el rechazo.

El discurso omnipresente que tiene como ejes únicos al libro en papel y al canon literario, ha fracasado en su obstinado proselitismo, más político que educativo y cultural, porque, contra toda evidencia, se ha propuesto ignorar que fuera de los libros también hay lectores. En resumidas cuentas su fracaso se debe a que ha confundido el fin con el medio; el valor instrumental con el valor final. Lo mismo activistas independientes que promotores institucionales, convencidos de la importancia de la lectura, siguen hoy sin saber que lo fundamental no es el libro sino lo que contienen y suscitan los libros y los textos en general, sean estos en papel o en cualquier otro soporte.

¿Puede cambiar nuestro destino algo que no sea un libro? Puede, ciertamente. ¿Por qué, entonces, insistimos tanto en que lo importante es el libro y no lo que suscita? Porque no hemos comprendido una cosa simplísima que, de no ser por nuestra necedad, tendría que ser evidente: que lo mejor de una botella de vino es el vino y no la botella, y porque hay algo aún más absurdo en nuestra arrogancia revestida de inteligencia culta: que, como lo dijo Pennac, un libro puede alterar profundamente nuestra conciencia, y sin embargo ello no impedir que “el mundo siga de mal en peor”, dejándonos, literalmente, sin palabras. Y, en tal caso, el silencio es bueno o, por lo menos, necesario, “salvo, claro está, para los fabricantes de frases del poder cultural”; esos que son capaces de decir que sólo con el libro se es libre. En tal caso, más vale guardar silencio.

lunes, 22 de febrero de 2010

Guaruras

22-02-2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

A lo largo de mi vida me he visto inmiscuido en muchas riñas y de todas he salido bien librado. No me ufano de ello porque he corrido con suerte y más allá de varios huesos rotos no me ha sucedido nada grave. Cuando me han asaltado he sabido reaccionar, excepto cuando me robaron el auto que pagaba en abonos e intentaron secuestrar a mi mujer. Lo pude haber evitado si hubiera sido un poco más perspicaz. Siempre hay que estar un paso adelante de los ladrones e intentar pensar como ellos. Lo malo es que aún así se vive en la absoluta zozobra y el desasosiego. No se encuentra la paz.

Cuando estuve medio interno en la secundaria pasé muchas penas. La escuela era dominada por los internos y a quienes no dormíamos allí nos trataban como a perros (me refiero a los perros de antes, no a la generación croquetas). Ellos eran una banda organizada y consideraban las instalaciones escolares su casa. Nosotros, los medio internos, éramos intrusos y nos cobraban cuotas a discreción e incluso nos alquilaban los baños. Después de unos años me cansé y reté a uno de los cabecillas. Nos fuimos todos en bola (media centena de alumnos) a uno de los patios chicos y antes de comenzar la pelea un joven cubano, recién llegado a la escuela, se interpuso entre nosotros y tomó mi lugar. Él practicaba boxeo en su país de origen y en menos de un minuto había mandado al piso a mi contrincante y a dos internos más que habían tratado de intervenir (justo como sucede en las películas malas). Esto desató la rebelión y la camorra se armó en grande.

Las cosas no cambiaron dentro de la escuela, excepto porque los internos no volvieron a molestarme. Y no debido a que les inspirara miedo, sino porque el cubano había tomado la decisión de protegerme. Durante los descansos o en el comedor se mantenía a una prudente distancia de mí, siempre atento y dispuesto a meter los puños si era necesario. Sobra decir que no me hacía ninguna gracia ser vigilado y después de unos días opté por reclamarle: “pinche cubano, no necesito que nadie me cuide, déjame en paz”. Su lacónica respuesta era siempre la misma: “ellos te andan buscando”. Y de allí no pasábamos.

No requiero que me cuiden porque procuro no hacerle daño a nadie y sobre todo aprecio mi libertad más que ninguna otra cosa en la vida. Una de las imágenes más ingratas y desalentadoras de nuestra época son los guaruras. Ellos cuidan las espaldas a delincuentes, políticos, juniors, millonarios, celebridades y otras anomalías similares. Son una especie de guardianes de la maldad. No me despiertan la menor simpatía. No se me ocurre que un guardaespaldas tenga que proteger a una persona honrada. Lo hacen porque los maleantes abundan, pero ¿no están ellos mismos siempre al borde de pasarse al bando contrario?

“Oye, Humberto, si me quieren partir la madre de todas formas lo van a hacer”. Le decía a mi amigo cubano a quien no parecían hacerle mella mis palabras. En verdad que no soy un malagradecido, al contrario, pero la presencia de este joven dispuesto a protegerme no hacía más que mantenerme nervioso. Su imagen era peor que la de un batallón de internos porque me recordaba a cada instante que me encontraba amenazado. No teníamos más de dieciséis años, pero en ese entonces no existía el culto a la juventud (la pañalocracia) y había que ganarse el respeto desde temprano. En verdad que estuve a punto de unirme a los internos para caerle encima y deshacerme de su vigilancia, pero no tengo mala sangre y soporté sin rabia la protección hasta que el incidente estuvo olvidado.

Me alegra haber fracasado en todo lo que concierne a lo económico pues de lo contrario estaría rodeado de enemigos civiles. Es decir, personas que creen que mi fortuna se ha hecho a partir de lo que ellos carecen. He visto a los guaruras esperando a sus patrones a las afueras de restaurantes que se convierten por ello en sitios siniestros. Espero que mi querido amigo cubano haya encontrado a personas a quienes defender y así cumplir su cometido de guerrero protector, y donde quiera que se encuentre le deseo que su prole se multiplique y que encuentre tranquilidad.



sábado, 20 de febrero de 2010

¿Desaparecerán las revistas culturales en México?

20/2/2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

El gobierno federal decidió quitar su publicidad en revistas culturales, que según editores, están ya en vías de extinción.

En La Jornada, Carlos Martínez Rentería —de la revista contracultural Generación— opina que el retiro “es una forma velada de forzar su desaparición… Ninguna de estas publicaciones son negocios rentables… la mayoría de los posibles anunciantes de iniciativa privada no tienen el menor interés de anunciar sus productos en este tipo de publicaciones”.

Anteriormente, Paso de gato emitió una carta —que incluye al premio Nobel Dario Fo— solicitando al presidente reconsiderar.

Aquí en Laberinto, Braulio Peralta comentó: “Paso de gato, propiedad de Jaime Chabaud, pide publicidad, ‘apoyo’ del Estado, presionando mediante carta firmada por instituciones teatrales de otros países. Me quedé mudo. Parece periodismo de la época priista donde hacían medios para vivir del gobierno, no de los lectores”.

Tienen razón Martínez Rentería y Chabaud: sin publicidad, muchas revistas se irán. Y tiene razón Peralta: qué paradójico que la cultura alternativa no tenga más alternativa que sobrevivir de la publicidad oficial.

El mexicano promedio y el gobierno están aliados. La lectura no les es prioritaria.

El retiro podría ser temporal. Pero es recordatorio de quién tiene el poder, a quién le debes tu revista. Así que persígnate y abre la boca que ahí te va la hostia.

Si la medida persiste, la Cultura Culta se re-monopolizará.

Y las revistas ligadas al poder —aunque ya sin sus antiguos pesos pesados— seguirán su picada crítica; construirán un discurso y plataforma mediática más y más dependientes de la ideología del régimen. Se hundirán en el descrédito.

Y en los grupos excluidos —tanto intelectuales como públicos-participantes— crecerá el rencor y la desbandada.

Internet podría ser la próxima sede de las culturas alternativas mexicanas. ¿El precio a pagar? La desprofesionalización y balcanización de las propuestas.

A largo plazo, sin embargo, si el régimen continúa su política de paulatino retiro de apoyo a la cultura crítica, creativa y contreras, le habrá hecho el mayor de los favores: obligarla a buscar autonomía económica y, por ende, radicalización política y creación de comunidades de base reales. Se acabaría la Era de la Edición Ficción.

Por ahora, no hay que perder de vista que las revistas no han fallado. Han hecho lo que les toca: divulgar cultura especializada.

Los que han fallado son los lectores y antes que ellos, las universidades.

Las universidades mexicanas no sólo no crean conocimiento. Ni siquiera crean alumnos capaces de consumirlo por escrito. (Pasaron de la Biblia de oídas a las fotocopias de la esquina.)

A las universidades —públicas y privadas— hay que dirigir las cartas y reclamos. Ellas son las que cometen el peor de nuestros fraudes.


Investigador y reportero

20/2/2010
Suplemento Laberinto
Alicia Quiñones

El diseño editorial. La propuesta visual. Ése era el reto de Vicente Rojo (Barcelona, 1932), quien llegó a México en 1949. No pasó mucho tiempo —unos meses, quizá— para que comenzara a formar parte del equipo de México en la Cultura, donde inició su relación con Fernando Benítez, con quien llegaría a tener una estrecha amistad. Una relación en la que, pese a la rapidez con que se debía trabajar, nunca dejó de existir la exigencia de la imaginación.

Gracias al trabajo editorial que realizaron, se difundieron por primera vez en México pinturas de Tàpies y Saura, de Rauschenberg, Jasper Johns y de otros artistas pop, “lo que causó la irritación del imperturbable Jefe Pagés”, cuando el suplemento lo publicaban en Siempre!

“Mis recursos para la ilustración en blanco y negro eran los indispensables Posada y el Archivo Casasola, los muralistas, Leopoldo Méndez y otros grabadores del Taller de Gráfica Popular, y los fotógrafos Héctor García y Nacho López…”

¿Qué recuerdos y aprendizajes tiene Vicente Rojo a tantos años de distancia de su primera colaboración con Fernando Benítez?, de ello habla en esta entrevista.

¿Cómo comenzó su relación con Fernando Benítez?

Lo conocí en 1950, hace ahora exactamente sesenta años, cuando Miguel Prieto me llevó, como su asistente de diseño, al suplemento México en la Cultura que dirigía Benítez. A la muerte de Prieto, en 1956, Fernando me invitó a trabajar en su suplemento como director artístico. En 1960 se fundó Ediciones Era, y Fernando fue nuestro primer autor. Con este hecho abrimos otra vertiente en nuestra colaboración, misma que culminó con los cinco tomos de Los indios de México.

¿Cómo lo recuerda hoy?

Fueron cincuenta años de una entrañable relación de amistad y de trabajo que compartimos día a día. Fernando se convirtió para mí en un maestro excepcional del que recibí lecciones invaluables, pero sobre todo destacaría que fue a través de él que yo me apasioné por México. Es decir, que no pasa un día sin que yo lo tenga presente con enorme gratitud.

¿Cuáles eran las preocupaciones periodísticas y editoriales para Benítez al crear un producto editorial?

El principal interés que Fernando tenía en sus tareas consistía en lograr una meta de calidad. En eso nunca bajaba la guardia. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de hace casi medio siglo, momentos en que las condiciones de trabajo eran muy diferentes de las actuales y, en particular, para Fernando, como creador que fue de los suplementos culturales en la prensa mexicana. Para empezar, eran únicamente dos personas, Benítez y Prieto, quienes formaban un suplemento de doce o dieciséis páginas semanalmente, por lo que cada lunes había que realizar proezas con los originales que ocasionalmente se hubieran solicitado, o los que cada colaborador llevaba semana a semana.

¿Cómo era el proceso que tenían para resolver un número del suplemento México en la Cultura?

Voy a dar un ejemplo. De pronto sobre su mesa había un manuscrito de Alfonso Reyes, otro de Alejo Carpentier, uno más de Paul Westheim. Fernando los barajaba y, sin poder prever qué textos tendría sobre su escritorio, al entusiasta grito de, “¡Toda la carne en el asador!”, publicaba a Reyes, Carpentier y Westheim de una vez. Pero además quiero añadir que, así como apreciaba en todo su valor las grandes firmas, tenía una gran intuición para descubrir a jóvenes valores, fueran escritores, fotógrafos, pintores, críticos, poetas, cronistas, entrevistadores o traductores, y cuyos nombres, que no hace falta mencionar, son los que hoy en día constituyen las grandes firmas que persiguen los suplementos y las editoriales. Esta lista de nombres a los que Fernando les dio espacio en los suplementos es verdaderamente magistral.

¿Fue difícil trabajar con él?

Fue un gozo trabajar con él, lo mismo en México en la Cultura que en el suplemento que le dio continuación a éste, La Cultura en México. Fernando tenía un inagotable sentido del humor, y como director acometía todos los proyectos con una vigorosa alegría. Quizás haya que destacar que, en medio de todo esto, Fernando escribía sus libros, todos, auténticos estudios en los que trataba de desentrañar el misterio de los muchos Méxicos, siempre en el doble carácter de investigador y reportero, que era como a él le gustaba considerarse; siempre, además, partiendo de su profundo y para mí conmovedor amor por México y los mexicanos. Costaba mucho trabajo imaginar que convivieran en una misma persona el elegante Fernando Benítez, de trajes hechos a la medida, mancuernas y corbata, con el escritor capaz de trasladarse, a lomo de mulas y durante cuatro horas, por la sierra para descubrir la magia y el mito de, por ejemplo, Viricota.

Después de toda esta experiencia, ¿cuál es su visión del periodismo y las publicaciones culturales de hoy?

Puede parecer una exageración de mi parte, pero creo que, quienes colaboran en los medios culturales, lo sepan o no, lo acepten o no, parten del trabajo de Fernando Benítez.


Un padrino sin mafia

20/2/2010
Suplemento Laberinto
Carlos Marin

En el despacho de la embajada en la colonia Bellavista en esta capital dominicana, Fernando Benítez consume un Marlboro tras otro, bebe café, interrumpe a cada rato la entrevista para ofrecer con vehemencia y generosidad hospedaje, café, piscina, comida, transporte, amistad y todo lo que tiene; acepta sin reservas hablar del “grupo de Benítez”, que desde México en la Cultura y La Cultura en México, en Novedades y Siempre!, determinó en gran medida el derrotero de la vida cultural:

—Mi primer colaborador fue Alfonso Reyes. Me dirigí al autor de Las mesas de plomo y le hice ver que sus libros circulaban muy poco (con frecuencia pagados por él mismo), y le ofrecí un público de 100 mil lectores. Aceptó, y hasta su muerte fue nuestro más constante colaborador.

“Trabajaron conmigo en forma excepcional los más eminentes refugiados españoles, como Adolfo Salazar, Moreno Villa o Luis Cernuda, para hablar de los fundamentales. Le di entrada a los muy jóvenes, que tenían entonces 18 años, como José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska y Juan García Ponce. Después llegaron Gabriel Zaid, Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea y los mejores escritores de esa lejana época”.

¿Y qué les vio a los más jóvenes?

Vi un gran talento en ellos: Elena ha sido la mejor entrevistadora de México. Con preguntas al parecer muy ingenuas logra respuestas decisivas. Todo lo que ha escrito de importancia, como La noche de Tlatelolco, se trata de entrevistas que a veces duraron muchos meses, con sus personajes como Jesusa, que la convirtió en una novela (Hasta no verte Jesús mío) donde la que habla es su personaje. En La noche... quienes hablan son los sobrevivientes de la matanza. Con esas entrevistas hace libros extraordinarios que son testimonio ineludible de los grandes acontecimientos ocurridos en el país en la historia reciente.

¿Y cuál era el chiste de Monsiváis?

Su ironía increíble, su sentido crítico. Es un clásico del periodismo nacional. Hay que ver sus crónicas de los años sesenta, sus Días de guardar. Desgraciadamente habla en un lenguaje cifrado. Sus lectores, además de mexicanos, deben ser algo así como iniciados y por eso no ha logrado ser traducido.

Y José Emilio Pacheco, que fue su jefe de redacción, ¿siempre escribió muy bien o lo sorprendía usted con faltas elementales de ortografía?

No. Por supuesto que no. Era un devorador de libros. En su casa ya no hay espacios libres, ya no hay comedor, ya no hay nada; los libros cuelgan del techo y de todas partes, y solamente él sabe en dónde está la obra que necesita. (…) Realiza un enorme trabajo. José Emilio Pacheco es ya una especie de Alfonso Reyes, con otra ventaja: no solamente es un gran poeta sino un gran traductor de poesía. Ha traducido al español los cuartetos de Eliot, conservando la rima y el ritmo del verso inglés, lo cual es una hazaña extraordinaria que le llevó varios años. Aparte de eso, es un ensayista notable, novelista e historiador. Hay que ver lo que exhumó sobre el crimen de Huitzilac y el obregonismo. Y qué prosa tan extraordinaria tiene. Escribe tan bien, tan magníficamente bien, tanto en prosa como en verso. Es muy tímido, detesta las comidas, detesta las reuniones. Y su mujer, Cristina, también me parece un caso extraordinario. Es la voz de los pobres, tanto en prensa como en televisión… Con un equipo así yo trabajé seguro de contar con lo mejor, porque tengo buen ojo para saber quién tiene talento y quién no lo tiene.

En sus suplementos muchos escritores fueron desdeñados...

Para mantener cierta calidad en el suplemento rechazamos a los mediocres o a los francamente detestables. Había una gran cantidad de gente desechada por nosotros.

¿Como quiénes?

Ahora no recuerdo.

Luis Spota, por ejemplo...

Luis Spota... Porque era muy contradictorio en sus libros. Tenían un gran éxito editorial, pero no un éxito literario superior. Era populachero y estaba en otros suplementos. Lo que le perjudicó mucho es que tuviera varios puestos y ocupaciones y no estaba con unos ni con otros. Siempre defendió y estuvo de parte del gobierno. Hay que leer La plaza para verlo.

¿Y Jaime Sabines?

Era un caso especial. Era un lobo solitario. Nosotros nos ocupamos de sus libros pero nunca logramos establecer contacto con él porque se encontraba en Chiapas y nunca perteneció a ningún grupo literario. Yo creo que lo invitamos varias veces a colaborar y él no contestó. El vivía apartado en una tienda de ropa.

¿Acepta que a la par de propiciar el periodismo cultural usted y su grupo, su mafia o no mafia, determinó quiénes eran o no los intelectuales de México más capaces en el campo de la cultura y las ideas?

Si tengo una virtud, es la de saber apreciar el talento. Yo no descubrí a nadie. Me concreté a apoyar al talento. Para saber si una novela es buena o mala, me basta leer las primeras cinco líneas. La entrada es siempre lo más difícil. Cómo comenzar un libro (sobre el muerto las coronas). Si la entrada es mala, no puede componerse el libro. La entrada te da toda la pauta del libro, sobre todo en la novela. Fui jurado en Casa de Las Américas con Claude Lévi-Strauss, Ítalo Calvino y Roger Caillois. Tenía un altero así de novelas para leer y que por supuesto no leí. Strauss dijo cuál le parecía que debía ganar, Calvino lo apoyó, yo dije: “Qué buena coincidencia la mía”, y Caillois aprobó nuestra decisión. Ni yo ni nadie había leído completas esas novelas porque, como digo, bastaban las primeras cinco líneas para saber si eran buenas o no.

Hable de Carlos Fuentes.

Con Carlos Fuentes mantengo una amistad extraordinaria, de unos 20 años. En él encuentro muchas virtudes: él, como García Márquez, le tenía un gran miedo a los aviones. Prefería viajar en trenes o barcos. Después que me corrieron de Novedades (tuvieron que pagarme un alto precio), hicimos un viaje de ocho meses alrededor del mundo, en un trasatlántico inglés que abordamos en Acapulco. Así de amigos. En Europa tomamos como nuestra sede Holanda, donde su padre era embajador. En el barco, Carlos, inmediatamente, se hizo amigo de una de las dueñas de esa empresa y ella nos recibía echada en un diván, vestida un día de rosa, otro día de azul, en tules transparentes y comiendo chocolates. Carlos se reía mucho de mi inglés porque yo decía: “Oh lady!, no it more chocolates or you can deterioreted your siluet”. La lady se reía mucho y Carlos se burlaba de mi inglés. Yo no sé si esa mujer nos quería seducir o tuvo alguna aventura con Carlos. Las mujeres han desempeñado un papel definitivo en nuestras vidas. Muchas mujeres. Yo me casé tardíamente, a los 55 años, con Georgina, que tenía 25. Antes tuve muchas amantes y Carlos tuvo a todas las que quiso. Muy guapo, extraordinariamente simpático y de un genio formidable. Daba unas fiestas en su casa, cuando todavía estaba casado con Rita Macedo, verdaderamente colosales. Escurría el semen de las escaleras, todos se cogían.

¿Y García Márquez?

Fuentes y yo conocíamos El coronel no tiene quién le escriba, que es una novela de perfección extraordinaria, comparable a un cuento de Pushkin, antes de que Gabriel hubiera escrito Cien años de soledad. Éramos los únicos que sabíamos que García Márquez era un genio literario.

Efraín Huerta fue también un escritor ninguneado en esos suplementos.

Fuimos muy amigos desde los años cuarenta y fue muchas veces nuestro colaborador. Luego de esa década él se separó un poco de nuestro grupo. Sin embargo, publicamos nosotros sus poemínimos, que son algunos de sus últimos textos.

Acerca de la mafia de Benítez, Luis Guillermo Piazza (1921-2007) publicó un libro: Cría Cuevas y te sacarán los ojos...

Piazza no es nadie y Cuevas está considerado como uno de los más grandes dibujantes del mundo. Además, es un amigo entrañable. Pero dese usted cuenta: las capillas se han constituido entre personas que tienen el mismo criterio o la misma calidad y nunca han sido únicas. Siempre han sido varias y esto me parece muy saludable. Nunca he pertenecido a ningún partido político ni adoptado una determinada corriente. Mi ocupación fundamental ha consistido en difundir la cultura a través de la prensa, sin importarme cuáles son las ideas políticas de mis colaboradores. Para mí, es un orgullo que hoy todos los periódicos se ocupen de la cultura antes desdeñada.


jueves, 18 de febrero de 2010

Revela los 'arrebatos' de la historia

18/2/2010
Periódico Noroeste
Nelly Sánchez

Para el historiador Francisco Martín Moreno a los mexicanos les han contado la Historia de manera incompleta. Se las han presentado, dice, casi desde un aspecto "religioso": los protagonistas de la historia son hombres perfectos, puros, héroes, sin defectos ni pasiones y eso lejos de acercarlos, los aleja.
"La Historia es tan aburrida porque te presentan a los personajes en su faceta perfecta, esta persona qué tiene que ver conmigo, nada, yo sí tengo tentaciones, yo sí quiero amar a alguien, adorar, querer, ser madre o padre, pero estos señores no, esa es una visión torcida de la Historia", dice.
En Arrebatos carnales (Planeta, 2009) se mete en las sábanas de los protagonistas de la historia y revela las pasiones que los consumieron, para hacerlos más humanos, más cercanos a los mexicanos.
"Nos enseñaron una historia en la que cuentan con lujo de detalle la vida política, académica, social, militar y clerical, pero haz de cuenta que fueran seres asexuados, que nunca tuvieran tentaciones carnales, arrebatos ni impulsos y esto es falso".
En 447 páginas, relata los desencuentros, las grandes pasiones, debilidades y sorpresivos encuentros con grandes amores de Maximiliano y Carlota, Porfirio Díaz, José María Morelos, Francisco Villa, José Vasconcelos y Sor Juana Inés de la Cruz.
"Hombres y mujeres tan apasionados como eran, es imposible que no hayan tenido impulsos, ni arrebatos carnales, hay un vacío en este tema y lo quería llenar, presentar la biografía completa de los personajes dentro de un contexto erótico, carnal, sentimental, amoroso y romántico, en su contexto real como hombres y mujeres de carne y hueso".
El libro, será el primero de tres, cuyas portadas serán sábanas de satín verde, blanco y rojo, que no tendrán ninguna connotación más que el de representar los colores de la bandera y la cara oculta de la vida erótica de los personajes de la historia de México.

-- ¿Qué tan difícil fue encontrar este tipo de información?
Yo te podría decir que fue un trabajo tremendo, que estuve en las bibliotecas, hemerotecas, los archivos, pero la información me la encontré de inmediato y lo que no entiendo es por qué quienes la encontraron antes no la gritaron.Yo encontré que José María Morelos y Pavón está perdido de amor por Francisca Ortiz y que la gana en un pleito a machetazos, en una plaza pública, cerca de un mercado, donde se bate a duelo con Matías Carranco que se la había robado, y no fui el primero. Por qué no nos dijeron que cuando Porfirio Díaz se casa con Carmelita Romero, tiene 52 años y ella apenas va a cumplir 17. Imagina lo que fue para mí cuando Porfirio Díaz cierra la puerta de la habitación. Y bueno, lo que pasó en esa habitación sólo lo sabemos Porfirio, Carmelita, y yo, ellos no lo contaron, yo sí.
-- ¿La idea de estas revelaciones es acercar a los lectores a la historia?
Que se acerquen más a la historia y sobre todo se sientan más identificados con ella. Así como la plantean es aburrida, son seres perfectos, qué chiste, el chiste es mostrar sus imperfecciones y a partir de eso explicar su vida, los pones en un nicho y ni para qué los imito. Seres arrebatados como Hidalgo, Villa y Obregón es importante plantear su vida íntima y si son tan apasionados en las batallas, al redactar la Constitución del 17, o la de Apatzingán, ni modo que no lo sean en las sábanas. Yo fui a buscar estas caras ocultas en las sábanas y ahí encontré verdaderas maravillas.

ROMPE MITOS
Con 14 páginas de bibliografía, que sustentan lo que dice, Martín Moreno da voz a los personajes de la Historia, toma a un narrador y va contando aquellas pasiones, recrea su contexto histórico, hace visibles sus pensamientos, sus confesiones, sus momentos más íntimos.
En el caso de Porfirio Díaz, lo presenta en una especie de juicio final, en el que Dios le cuestiona su papel en la Historia, le reprochan su traición a la patria, el arrebato de la presidencia, y éste, para evadirse, recuerda sus amores. Y más sorpresivo es el final.
Según el historiador, la vida de Maximiliano y Carlota no fue como ellos mismos la quisieron hacer creer y detalla una serie de infidelidades del emperador Maximiliano y una de Carlota, de quien dice que jamás estuvo loca y que pasó sus últimos días encerrada, para no tener que vivir el deshonor de tener un hijo no reconocido por su marido.
"Hubo un pacto firmado por ambos en el que ocultarían ante terceros la desastrosa realidad de su relación, con todo género de cartas y textos, unos más hipócritas que otros, a través de los cuales exhibirían al mundo la envidiable fortaleza de su matrimonio".

-- ¿Los desmitifica?
Los estoy desmitificando, pero a mí me tiene sin cuidado, mi trabajo es desmitificar la Historia, acercarla lo más posible a la gente a la verdad, la máxima verdad que se pueda, y yo tengo la lengua muy larga porque tengo la cola muy corta, hay historiadores que tienen la lengua muy corta porque tienen la cola muy larga. Yo no cobro en la Mitra, ni Catedral, ni en la Basílica, ni gobierno, ni Cámara de Diputados, ni Universidades ni academias, por eso me permito criticar a quien sea porque soy libre, nadie me puede callar ni señalar porque nunca nadie me ha sobornado, ni respondo a las consignas de nadie, más que a las de mi estómago, mi corazón y de mi cabeza.
"Los presentan subidos en un nicho, como si fueran seres intocables, figuras inmaculadas, impolutas, intocables, inaccesibles y es cierto, cuando te metes en la historia te das cuenta cómo obviamente tuvieron una vida amorosa, y los mochos de la historia, mojigatos e hipócritas, no la presentan".

-- ¿Por qué?
Por mojigatos, quieren presentar a Morelos, Hidalgo y la corregidora como si no hubieran tenido sentimientos ni apetitos carnales ni inclinaciones ni tentaciones eróticas, cuando por la propia definición de seres humanos los tenemos. ¿Por qué desconocerlos?, entonces estamos presentando personajes inexistentes, por eso no me costó trabajo investigarlo, dar con la información.

-- ¿Qué retos se plantea cada vez que va a escribir sobre algún personaje de la historia, que va a hacerlos hablar, llevar a los lectores a su época?
Yo ya me convertí en un provocador profesional, lo que yo quiero es encontrar toda la información que se ha ocultado para publicarla, a mí lo que me interesa es explicar la historia y al mismo tiempo desnudar historiadores mercenarios que responden a intereses clericales, políticos, militares, que tiene consignas con lo cual están cometiendo un delito social al confundir a la nación. Mi objetivo con mis libros es acercarme a la verdad y si puedo escandalizar a los lectores con la verdad más contento me quedo.

-- ¿Hemos vivido engañados?
Totalmente engañados y lo grave es que quien no conoce su Historia está condenado a repetirla y si no la conocemos cómo vamos a evitar la repetición, vamos a tropezar mil veces con la misma piedra, eso se llama torpeza por lo pronto y no es posible que nos sigamos tropezando los mexicanos con la misma piedra, qué caro pagamos la ignorancia, porque alguien quitó todos los letreros y vamos por caminos que deberíamos saber que conducen al precipicio. Hay que poner letreros par que la gente conozcan los caminos que están tomando.

-- ¿Qué otros personajes siguen?
Eso sí no te lo puedo decir (ríe). Bueno te voy a decir uno nada más, la corregidora Josefa Ortiz de Domínguez, su historia es estremecedora, nadie se la imagina, pero a ella siempre nos la pintaron como la mujer devota, abnegada, líder de la Independencia que rescató al país y no tuvo sentimientos ni pasiones. Por favor, no seamos mojigatos, lo que me preocupa es por qué ocultarlo, por qué ver la historia con un criterio religioso, fanático, como si fuera el pecado original, yo no creo en el pecado original y nada de eso, en lo que creo es en el amor y la pasión.

EL BICENTENARIO
Para Francisco Martín el centenario de la Revolución o Bicentenario de la Independencia no es un acontecimiento que se deba festejar. "Yo creo que seremos muy torpes decir que vamos a celebrar o festejar, no hay nada que festejar, todo esto es una gran oportunidad para repensar nuestra Historia y volver a escribirla y exhibir a los traidores y enemigos de México, esa sería la tarea y buscar explicaciones, es un momento fundamental para buscar explicaciones".

lunes, 15 de febrero de 2010

Lealtad

15-02-2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

Tengo la impresión de que cualquier persona es capaz de imaginar lo que existe detrás de palabras como justicia, lealtad, amistad, humildad y demás términos que son vitales para la convivencia diaria. Iris Murdoch llegó incluso al extremo de afirmar que la moralidad es cuestión de pensar claramente (no me refiero a la precisión o a la exactitud, sino a la claridad como valor intelectual). Se trata de observar, aprender y construir un “yo”, más que de especular o disertar acerca de los orígenes de los conceptos, las etimologías o la historia que se encuentra detrás de cada una de estas palabras. La construcción de ese “yo” tiene sentido porque es una manera de oponerse a la manipulación o al engaño del que somos víctimas (el “yo” como un punto real desde donde mirar y juzgar el mundo). En vista de que las instituciones políticas han perdido nuestra confianza y de que es notorio que casi todos los habitantes de este país albergan rencor o sospechas acerca de la probidad de los políticos, nada parece más conveniente que deshacerse de ellos y comenzar desde el principio a construir de manera humilde y personal nuestras ideas sobre justicia y la convivencia amistosa.

Un ejemplo: en vez de buscar definiciones racionales o categóricas para explicar qué es la justicia, el filósofo Richard Rorty pone más atención en el sentimiento de lealtad que es común a casi todos los seres humanos. En algún momento de la vida uno ha sido leal a los parientes cercanos o a los amigos más queridos. ¿Por qué no ampliar esa lealtad con los extraños y hacer de la justicia una más de las distintas posibilidades de la lealtad. Escribe Rorty: “Cuanto más difícil se vuelve la situación, más se estrechan los lazos de lealtad con las personas que nos son cercanas y más se debilitan con todos los demás”. Es sencillo comprobar la verdad de estas palabras sopesando lo que se vive en México. En cuanto más nos percatamos de la miseria moral de la clase política, la ausencia de instituciones que procuren el bien y la injusticia predominante en casi todos los órdenes de la vida pública, es cuando más estrechamos los lazos de lealtad con quienes queremos. Se busca en casa lo que no existe fuera de ella. En ausencia de los hermanos civiles los amigos toman una importancia inédita.

Además de la lealtad ampliada a los extraños (sea porque son vecinos o viven en la misma ciudad o hablan una lengua común), vamos a poner otra palabra en la mesa que todos aceptan como buena pero que nadie practica: la humildad. Ahora Murdoch añade que sólo el ser humilde, al verse a sí mismo como “nada”, tiene la capacidad de comprender las cosas con mayor claridad. En cuanto uno tiende a cero lo que está a su alrededor se hace más evidente y adquiere presencia y peso. En la humildad uno desaparece para que el otro exista. Esta tendencia a la humildad como norma de la moralidad es contraria a Nietzsche que siempre detestó a las ovejas del rebaño que perdían su individualidad y la posibilidad de sobresalir en el horizonte. En sus libros me encuentro todas las veces esa queja contra el hombre reducido, carente de ambiciones y condenado a no vivir nunca. Del siguiente modo se refería a los europeos de su tiempo “especie empequeñecida, casi ridícula, un animal de rebaño, un ser dócil, enfermizo y mediocre... el europeo de hoy”. Contra estas acusaciones dirigidas al hombre corriente, Murdoch dice que la humildad es extraña en la actualidad, una rara virtud, algo asombroso ya que en todas las personas es común la avaricia y la ansiedad por el poder. En consecuencia el humilde sería en estos tiempo no la oveja, sino la excepción.

En mi caso he preferido concentrarme en la amistad, es decir en la lealtad limitada, pese a saber que ningún amigo lo será por siempre (las pasiones humanas cruzan las fronteras a su antojo). Lo contrario, practicar la lealtad ampliada es casi imposible porque la desconfianza en la sociedad mexicana es endémica y su clase política mantendrá las cosas como están (es decir como les conviene). En cuanto a la humildad como una rara virtud civil estoy totalmente de acuerdo. Es extraña y al mismo tiempo necesaria. Se me perdonará tamaña ingenuidad pero creo que existen las personas humildes (o si se quiere las buenas personas) y no necesito de conceptos racionales ni de sermones morales para reconocerlas. Ellas sí que merecen ser objeto de lealtad.


domingo, 14 de febrero de 2010

Esther Seligson

14/2/2010
La Jornada
Elena Poniatowska

Tienes que poder. No puedo. Claro que puedes –la voz se hace aún más tajante. Esther, el 7 de julio es el cumpleaños de mi hijo. Al oír la palabra hijo, Esther cambia radicalmente. (A ella se le murió su hijo Adrián, que voló de este mundo.) Ah, entonces voy a buscar otra fecha. El miércoles 6 de julio en la Sala Octavio Paz del Fondo de Cultura Económica. Quería que Vicente Leñero, Margo Glantz y yo presentáramos su libro A campo traviesa, que se publicó en 2005.

El pasado lunes 8 de febrero, su infarto nos agarró de sorpresa y apenas unos cuantos se enteraron.

Esther Seligson fue definitiva, difícil, rotunda. De ella conservo una imagen inolvidable. Hace años, en un viaje a Israel, en 1982, la vi venir hacia nosotros por el desierto que rodea Massada, envuelta en el halo dorado de la luz que esparce la arena. Una larga falda del color del desierto (Esther no usaba más que faldas largas) la hacía aún más sorprendente. Con su pelo largo ensortijado, sus facciones de asceta, sus largas piernas de caminante, parecía un derviche, una domadora de la naturaleza. De hecho, en esos días tomaba un curso sobre la vida de las plantas en el desierto y cómo hacen para sobrevivir. “Hay cactáceas diminutas –me señaló– que se alimentan del aire”. A todos nos sedujo Esther y a Adolfo Gilly más que a nadie. La Histadrut reunió en Israel a una serie de periodistas: Carlos Monsiváis, Miguel Ángel Granados Chapa, Virgilio Caballero, Adolfo Gilly, la hija de Gregorio Selser, Irene Selser, Javier González Rubio, Froylán López Narváez y su mujer, Arturo Martínez Nateras y su mujer, y otro joven periodista, cuyo nombre no recuerdo. De inmediato, Esther nos invitó a cenar a su casa blanca dentro de la ciudad amurallada. Era la casa de una asceta. Minimalista. Nos sentamos en el suelo. Cuando abrí el refrigerador para ayudarla a servir la cena, vi en un platito cuatro aceitunas negras y en otro un queso diminuto: ¿Es esto lo que nos vas a dar de cenar? –pregunté aterrada–. . Esther, no alcanza, Claro que alcanza. No sé qué brujería hizo, o a lo mejor nos dio mucho de beber, pero alcanzó. A partir de ese momento me quedé con la idea de que era un ser singular que hacía surgir el agua del desierto y daba vida a las más mínimas especies.

Esa noche habló de astrología, de la que era una gran estudiosa, afirmó que su signo era Escorpión con ascendente en Leo, y que según el horóscopo chino le tocaba ser una serpiente. Todos, hasta Granados Chapa, fuimos analizados por ella y terminamos configurando un zoológico en el que yo resulté un buey.

A Esther Seligson le interesaba el misticismo, las mitologías y los rituales, las leyendas y los antiguos misterios que también llevó a su literatura. No le preocupaba que sus libros fueran complejos o difíciles. Pedía al lector un esfuerzo, pretendía crear un lector sabio como ella, que la entendiera y se identificara con sus pasiones. Quería que quien la leyera supiera de qué estaba hablando. Sus lectores no podían ser aquellos que esperan a que el escritor les ponga todo sobre la mesa. Esther Seligson incitaba a la reflexión y en alguna tarde gritó que no creía en el éxito. La literatura, y que me perdonen, no ésta escrita para los ignorantes; lo siento muchísimo, de ninguna manera; un inculto no puede leer nada. La literatura es de todos, menos de los ignorantes.

Siempre me asaetó su vehemencia, su forma de hablar tan clara y tan veraz, hasta hiriente. Su facultad de determinarse a sí misma, también a mí me definía. Tú eres así, yo soy de este modo. Ejercía su poder. Ella mandaba. Siempre mandó sobre sus lecturas, sobre sus alumnos, sobre sus amigos, sobre las transformaciones sociales. Maestra, Esther fue de las pocas personas que tomaban su vida entre las manos y decidían qué hacer con ella. Llevó sus ideas a consecuencias prácticas que mucho tienen que ver con la abstracción que hizo de sí misma.

Gracias a un retrato que hizo a Esther Seligson, el fotógrafo Rogelio Cuéllar pudo conseguir una instantánea de EM Cioran, quien detestaba que le tomaran fotografías. Cuéllar le mostró el retrato que hizo de Seligson, a quien Cioran admiraba, porque era su traductora. No sólo la admiraba, la quería. Cioran vio en la imagen que Cuéllar hizo de Seligson su rigor y su compromiso. “Monsieur Cuéllar, haga lo que tenga que hacer…” Rogelio tomó la foto.

Cuando tuve en mis manos el libro de Esther Seligson A campo traviesa y leí su epílogo, no pude sino recordar a Antonio Machado en la canción de Joan Manuel Serrat que es ya un inmenso lugar común: Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Y es que eran 35 años de reflexión y trabajo reflejados en libros anteriores como La morada en el tiempo, La fugacidad como método de escritura, El teatro, festín efímero, Indicios y quimeras, Diálogos con el cuerpo y Sed de mar.

Esther surgía de un entrecruce de caminos, un rond point, diría mi mamá, una señalización múltiple y única a la vez y llegaba hendiendo el aire con su cuerpo trabajado por la vida, sus ideas pulidas por el viento, su ascetismo que le ha dado una dureza de sarmiento, los guijarros de su pensamiento tan definitivos como bólidos en A campo traviesa (¡qué buen título!), editado por el Fondo de Cultura Económica como una ofrenda de conocimiento hecha con severidad, con los movimientos austeros y críticos que la caracterizaban. Ella misma lo dijo: Tú sabes que entre mis defectos no están ni el dolo ni la hipocresía. Esos textos escritos a lo largo del tiempo se publicaron a partir de 1968 en suplementos y secciones de cultura de diferentes periódicos y revistas del país.

Habría que recordar el apoyo que le dio Esther a la fundación y promoción de la revista Vuelta, de Octavio Paz. Ahora Letras Libres le debe un homenaje, porque si alguien dio de sí y se movió para conseguir donadores para Vuelta fue Esther, quien unos años más tarde habría de asentarse en Israel y publicar sus propios textos en Noaj, revista literaria de Jerusalén.

Esther siguió las huellas de su propia conciencia que la dirigían con cautela y sabiduría. Como ella misma dijo, su recorrido fue como ir en un bosque húmedo y buscar las huellas frescas y afines de todos los seres que viven ahí, vivieron y siguen vivos gracias a analistas y a pensadores como Esther, que los ponderó a lo largo de su vida. En sus libros, Esther emparejó su paso al de Marcel Proust, Rainer Maria Rilke y Samuel Beckett. Los estudió, los evocó, los esculpió con su pluma, rastreó su escritura en el tiempo, desmenuzó su lenguaje y su realidad. En una ocasión dijo: No creo que ninguna obra de arte esté absolutamente separada de la vida interior de su autor, no sólo de sus sentimientos, sino también de sus ideas, de su concepción del mundo, de sus prejuicios y aspiraciones, sus fobias y sus sueños. También se sentía cerca de la brasileña Clarice Lispector: “Sus personajes-voz no intentan forzar a Dios ni acceder al orden inmutable del mundo, ni siquiera aspiran a descifrar o a encontrar la significación de la Vida; ellos quieren sólo ‘volver’ al asombro cotidiano del ser”.

Hay seres que tienen el sentimiento trágico de la vida y hay quienes no lo tienen, afirmaba Lispector, y eso pudo decirlo Esther como también habría suscrito lo que escribió Clarice: Mis intuiciones se vuelven más claras al esforzarme en trasponerlas en palabras. Es en este sentido, pues, que escribir me resulta una necesidad. Por un lado, porque escribir es una manera de no mentir el sentimiento (la transfiguración involuntaria de la imaginación es tan sólo un modo de llegar); por el otro lado, escribo por incapacidad de entender, a no ser a través del proceso de escribir.

Esther escribió un buen texto sobre el entrañable José Trigo, de Fernando del Paso. Lo sintetiza con un dardo: “José Trigo es ante todo una atmósfera lingüística”.

De que las palabras son una tabla de salvación, Esther dio prueba a lo largo de toda su vida. Compartió Toda la luz. Vivió con la palabra y por la palabra y se apasionó por la palabra emitida, la que se dice desde las tablas de un escenario. De ella tengo algunas postales que me envió en 2004 y 2005 desde Tel Aviv, así como una foto: “Aquí al fondo tienes el edificio donde está el departamento alquilado que por ahora me alberga. Está al pie de una colina transformada en un gran parque en pleno corazón de Jerusalén y muy cerca de la Ciudad Vieja. En una de sus laderas hay viejas tumbas de mamelucos…” En otra recuerda: Lejos estamos de aquel viaje tuyo a Jerusalén hace exactamente 22 años. Todo ha empeorado por aquí en verdad, pero la ciudad bajo sus cielos sigue siendo de una transparencia y pureza únicas. Gracias por tu presencia fiel en mi vida.

Rosa Nissán y yo queríamos ir a comer con ella la semana que entra. Además de la ilusión de verla, tenía yo tantas cosas que preguntarle que ya las había apuntado. Era mi Cioran particular. Tanto Rosa como yo nos sentíamos muy ignorantes frente a ella, que nos hacía reflexionar sobre la autocompasión. Recuerdo especialmente tres frases de Cioran que la hicieron sonreír: En los momentos cruciales de la vida, la ayuda del cigarro es más eficaz que la de los evangelios. ¿Por qué deshacerse de Dios para refugiarse en uno mismo? ¿Por qué ésa sustitución de carroñas?, y la última: Desde siempre, Dios ha escogido todo por nosotros, hasta nuestras corbatas. Pero además de Cioran prefiero quedarme con una respuesta de Esther:

–Quédate.

–Volveré… sí… Volveré.

La sonrisa de Esther

13/2/2010
Suplemento Laberinto
Geney Beltrán Félix

En dos horas saldré rumbo al Panteón Israelita. Desde el lunes, incluso antes de recibir la invitación por celular, empecé a escribir estas cuartillas, en mi mente. Pero a la hora del teclado, una y otra vez he venido sintiendo que no es esto lo que quiero, debería, podría decir de Esther. O que todo será poco. Escribí un párrafo:

Una escritora (1941-2010) muere. Hablamos luego entonces de su vida: viajes, lecturas, hijos, alumnos, amoríos y pasiones (la mitología, el teatro, las gemas, el tarot, la astrología, uf: las religiones comparadas, la acupuntura, y siempre el viaje, y en el centro de todo la escritura). ¿Cómo? ¿Disminuirlo todo a un puñado de cuartillas? ¿Rebajar la vida a sólo un orden de palabras? ¿Y qué importancia tiene la vida de un escritor que ya no vive acá? Quiero decir: ¿qué le dirá a quien no la conoció y tal vez tampoco siquiera la ha leído? ¿Para qué un testimonio de amistad y mentorazgo, si lo que hace que los críticos hablen de ella no es la amistad ni el mentorazgo ante pocas o muchas generaciones: sino su escritura?

Hasta ahí el comienzo. Luego venía este párrafo, el elogio que al todavíanolector de sus libros le parecerá sospechoso, exagerado.

Sin embargo, cómo hablar de sus libros. Así, tan de repente. Decir que Esther Seligson es una estilista mayor de la prosa en lengua castellana. Que su obra narrativa un día será puesta al lado de las páginas de Virginia Woolf o Yourcenar o la Lispector. O afirmar que La morada en el tiempo es una de las proezas secretas que ha parido la novela en Hispanoamérica: todo esto, ¿qué? Basta leer cualquier relato de Toda la luz para percatarse: ahí la lengua española entrega capa tras capa de tensión y hondura intimista, una expresividad profunda, cargada de matices y resonancias que va desbordándose hasta obligarnos a ese detenerse que se traduce en: Nadie escribe así. Regresemos, leamos de nueva cuenta este párrafo, esta página, este libro, y los sentidos se concentran al máximo gracias a una escritura ficcional que convoca los sueños, el mito, la emoción, la memoria. No sólo los hechos, no sólo el narrar un incidente tras otro, si no lo que viene después en la sensibilidad del personaje, lo que se suma, a la manera de un eco paciente, en su psique: no lo que sucede (no lo que pasa), sino lo que permanece.

Pero (me dije): no hablar de sus libros, no ahora.

Hablar de su generosidad. Que era impaciente y arbitraria, sí. Que era iconoclasta, detodocriticona, también. Pero era una persona cálida, valiente y sobre todo generosa hasta la ingenuidad. Conocí a Esther Seligson en julio de 2005, cuando entré a trabajar en el Fondo de Cultura Económica como editor de literatura. Era su viaje anual a México, vivía en Jerusalem. Al año siguiente, en junio de 2006, fue a la editorial, hablamos.

—¿Y es bueno el libro?

—Ajá —le dije.

—¿Tienes una copia? ¿Me pasas una copia?

El autor de ese manuscrito era becario en la Fundación para las Letras Mexicanas, donde ella esas breves semanas daba un curso sobre Los versos satánicos. Esther había apenas visto dos o tres veces en clase al joven autor. Yo no entendía: ¿quería leer su libro? ¿Una escritora de su talla, interesada por ver cómo escriben los nuevos, los desconocidos y jóvenes? Cool. E inusitado.

—Si me gusta, te escribo una notita apoyando que lo publiquen, como dictamen. Si no me gusta, nadie sabe, nadie supo.

Le di el libro. Era miércoles. El lunes me habló:

—Pues es bueno, ¿eh? Salvo algunas cositas que, si me autorizas, le sugeriré que corrija. ¿Puedo decirle?

Me mandó un texto de una cuartilla hablando favorablemente de La noche caníbal. Este súbito aval, tan generoso y enfático, del libro de un muy joven escritor, Luis Jorge Boone, sirvió de mucho (de todo) a la hora de los comités editoriales.

Ésa, entre muchas, sería una estampa de su generosidad. Yo le debo interminables horas de conversación, por teléfono o en persona, cara a cara o en grupo, en su departamento de la calle Liverpool —donde siempre en sus tertulias nos ofrecía té, café turco, galletitas, dulces, chocolates—, en algún restaurante de la colonia Juárez o la zona rosa. Cada charla con ella era poco menos que una cátedra. Su capacidad para establecer relaciones luminosas entre distintos temas, su gran curiosidad intelectual, su genuino interés por vérselas frente a un interlocutor, no sólo ante un alumno, hacían de sus palabras un hilo continuo de revelaciones y sugerencias. Me regaló libro tras libro, así, liberalmente. Tuvo la liviandad de nombrarme su “agente literario”, de tolerarme como editor de su última obra publicada. Sobre todo, le debo un conocimiento trascendente del que apenas empiezo a tener noción: hizo mi carta astral y descubrió un Mercurio inaspectado en la casa de Escorpión, a algunos grados de un Júpiter igualmente encerrado, aunque él a disgusto, en esa profundidades, a partir de lo cual dieron inicio las informales lecciones de astrología. Es decir, me adoptó como “aprendiz de brujo”. Pues para ella, como para Steiner, una vida no examinada no valía la pena ser vivida: de ahí su introspección permanente, como la astrología moderna, con su enfoque en la psicología traspersonal, fomenta, exige. ¿Y para qué la introspección? Ella tenía la confianza de que la vida, por lo menos la propia, puede ser cambiada, y sólo así puede vivírsela más intensamente. Como ella lo hizo. Se fue serena, en paz. Gina Ogarrio estaba a su izquierda, yo le tenía tomada la mano derecha; cuando sobrevino el paro, su mano se tensó, luego la fue levantando, como extendiéndosela a la Diosa Madre, y después la posó sobre su pecho.

Pero (y no habría de disculparme por cifrar esta emoción) si algo recordaré de ella es su sonrisa. La sonrisa pícara de niña de ocho años cuando se sentaba en el suelo a jugar con mi hija Andrea, de ocho años. O la sonrisa burlona de cuando, hasta la semana pasada, me ponía agujas (era también médico acupunturista) en el pie esguinzado, burlándose de mis muecas de supuesto dolor. La sonrisa de Esther. La sonrisa.

Siete autoras y sus entrañables novelas de amor

14/02/2010
Periódico Milenio
Mary Carmen Ambriz

¿Cuál es la novela de amor más entrañable? ¿Quiénes son los protagonistas de las historias de amor que disfrutan leer? ¿Por qué sienten predilección por esos héroes o heroínas? Siete escritoras hablan de cómo ha sido su encuentro (o desencuentro) con la literatura romántica. Cada una de ellas ha abordado el tema del amor (ya sea en el narrativa o en la poesía), y ahora dan su punto de vista como lectoras. Como podrá verse, algunas de ellas comparten la visión de Jorge Luis Borges cuando reflexiona en su poesía, “loado sea el amor en el que no hay poseedor ni poseída, pero los dos se entregan”.

Rosa Beltrán

Madame Bovary para mí sigue siendo la novela maestra de las historias de amor. Las escritas antes de ella (La Celestina, La nueva Eloísa, etcétera.) y las que vinieron después. Me interesan los personajes creados por Flaubert porque son auténticos, sin saberlo, y también auténticas parodias de sí mismos, aunque esto sólo lo sabe el lector; porque su nivel de cursilería (Emma, Leon), de mezquindad (Rodolphe), de pusilanimidad (Charles) no afecta la capacidad que tienen de conmovernos y de hacernos sentir que somos, en parte, cada uno de ellos.

Carmen Boullosa

La cartuja de Parma, de Stendhal, es sin duda mi predilecta. El amor que ella, la Sanseverina, siente por Fabricio, es para mí entrañable. Su generosidad, su inteligencia, y su ceguera: no se da cuenta de cómo la está usando Fabricio. Los dos personajes, por complejos, por stendhalianos, son mis protagonistas amorosos predilectos.

Ana Clavel

Antes de enero de 2010 habría mencionado otras novelas que son y no son novelas de amor, pero que igual me resultan entrañables: Rojo y negro, Lolita, Narciso y Goldmundo, Drácula, El maestro y Margarita, Rayuela. Sin embargo, con el año nuevo llegó a mis manos un ejemplar de El museo de la inocencia, de Orhan Pamuk, y quedé deslumbrada. Pensé que era como el tratado de Stendhal sobre el amor hecho novela. Se habla del fetichismo-coleccionismo como principio organizador y reparador de la existencia, del amor como veneno y suplicio, del amor salvajemente sexual, del amor como obsesión neurótica, y del amor como salvación y éxtasis. Además está el toque maestro de Pamuk para incluirse como escritor-narrador en la propia ficción al final de la historia. La novela misma como museo de la huella amorosa: la memoria. Entrañabilísima...

Margo Glantz

Victory, de Joseph Conrad. Porque los personajes están destinados de antemano a fracasar y su amor me produce, por ello mismo, una sensación dulzona de tragedia y añoranza.

Alicia García Bergua

No tengo una novela de amor favorita, pero me gusta mucho La montaña mágica, de Thomas Mann, y la extraña relación que se da entre Harns Carstop y Claudia Chauchat, la mujer rusa que siempre da portazos cuando entra al restaurante del hospital, una relación amorosa que ninguno de los personajes se da chance de vivir y que es muy de nuestra época porque la gente tiene quizá la idea de que su libertad es mayor y la vida es más larga, y pues no.

Mónica Lavín

Lo bello y lo triste, de Kawabata. La combinación de pasión y templanza, elegancia y silencio, duelo y reverencia de la relación de los amantes, alrededor de quienes los demás y sus destinos giran, me parece fascinante.

Margarita Peña

Bajo el volcán, de Malcolm Lowry. Aunque no es una novela de amor “stricto sensu”, sino una novela existencial, el amor es un elemento nodal, junto con el alcohol. Ejemplifica claramente un tipo de relación amorosa “ni contigo ni sin ti”: pasión y guerra, presencia y ausencia, el choque de contrarios y la fusión inevitable y deseada. El entorno a veces paradisiaco, a veces dantesco y karmático de Cuaunáhuac, se vuelve arte que rescata a la novela de un simple recuento de sordideces. Es a un tiempo grandiosa y tierna, desesperada y nostálgica. En cuanto a los personajes, Yvonne y el Cónsul están absolutamente enajenados en un amor que el alcoholismo, los conflictos y el mal fario vuelven imposible. Me gustan porque son personajes de tragedia griega: sin redención, como éstos, pero sin estridencias, totalmente humanos. Lowry, como Proust y Cervantes, en gran medida se autorretrataba, partía de su nutrida experiencia personal. Esta veracidad vuelve a Yvonne y el Cónsul (signados por la fatalidad), una de las grandes parejas de amantes de la literatura moderna.


sábado, 13 de febrero de 2010

El filósofo mexicano vivo más importante

13-02-2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

No hay duda de que los filósofos mexicanos muertos más relevantes son Samuel Ramos y José Vasconcelos. ¿Pero quién es el filósofo mexicano vivo más notorio?

La filosofía en México no ha tenido fortuna. Ni el pensamiento indígena ni el colonial preponderaron la innovación conceptual, dilucidar la diferencia específica entre un concepto y otro, tarea propia del filósofo.

El marxismo aquí tuvo buena recepción no sólo por la desigualdad social sino, sobre todo, por lo que tiene de acusador, resentido, dogmático, evangélico y doctrinario. El marxismo mexicano es cripto-catolicismo.

El intelectual nacional raramente conceptualiza. Y las instituciones filosóficas no han perdido su Sumo Respeto al Libro y al Apellido, ¡parafrasear el concepto heredado!

Filosofar es transgredir la Idea previa. Uno se hace filósofo para expatriarse.

Vuelvo: ¿quién es el filósofo mexicano vivo más importante?

Manuel de Landa, nacido en 1952 y en 1975 ya arraigado en Nueva York.

Es significativo que su currículum omita su pasado mexicano y, en su lugar, hable —mitificándolo— de su origen en el cine experimental (fuera de circulación).

Su obra la escribe en inglés. Sus dos libros más reconocidos son War in the age of intelligent machines (1991) y A thousand years of nonlinear history (1997), que lo ubicaron en el panorama filosófico global sin que México se enterara.

Dos obras recientes son Intensive science and virtual philosophy (2002) y A new philosophy of society: assemblage theory and social complexity (2006).

¿Por qué digo que De Landa es mexicano? Porque es deleuziano.

Una parte de su carrera depende de la clarificación y aplicación de ideas del filósofo francés Gilles Deleuze. A pesar, pues, de ser filósofoinventor de explicaciones— se subordina a otro.

Sin embargo, a pesar de ser mexicano, crea énfasis o giros propios, como su insistencia en lo “no-lineal” y la idea de que existe un umbral en que la realidad material se auto-organiza (desde el clima hasta internet).

¡Él mismo es un ejemplo de la morfología no-lineal! Visto desde la historia del pensamiento mexicano, De Landa se formó desprendiéndose y fugándose de su “tradición” nativa;
se desmexicanizó migrando a otro contexto de discusión y otra lengua, abandonando el viejo sistema para auto-organizarse habiendo cruzado cierto nivel de complejidad de referencias, información y problemas.

De Landa es el primer filósofo post-mexicano. Su caso es apasionante porque señala, precisamente, el límite en que un filósofo nacido en México decide salir de la esfera patria y, empero, preservar una marca de la tradición intelectual del país en que nació. De Landa cambió a México por Deleuze.

De Landa es simultáneamente un filósofo (un innovador) y un mexicano (un seguidor).

La filosofía mexicana del siglo XXI ya es deleuziana.


'La sociedad no merece periodistas valientes': Federico Campbell

13 de Febrero de 2010
Periódico Noroeste
Claudia Beltrán

En México, es un absurdo hacer reportajes sobre el narcotráfico, y todo por una razón: la sociedad no merece a periodistas valientes.
"¿Por qué me parece absurdo?, porque vivimos en una sociedad que no se merece a estos periodistas, es una sociedad que los deja solos, es un gobierno al que no le importa que maten periodistas", enfatizó Federico Campbell.
En una reunión con reporteros, convocada por la Universidad Autónoma de Sinaloa, el escritor y periodista detalló que es válido escribir sobre este tema, pero no en México, debido que el Estado no protege a sus ciudadanos.
Es absurdo, reiteró, que periodistas se pongan a indagar secretos del narco, y delatarlos, es un suicidio.
Federico Campbell detalló que el periodista de Tijuana, Jesús Blancornelas, quien ya murió, fue dejado solo, abandonado.
"Lo dejaron solito en un búnker, rodeado de 12 soldados como escoltas y a la sociedad de Tijuana le valió que Blancornelas fuera agredido en un atentado, y no le importó para nada el trabajo, la trayectoria, la vida, ni al Gobierno mexicano, ni al Gobierno de Baja California, ni a la sociedad tijuanense".
Hace unos días, recordó, en Tijuana vio unas imágenes de su sepelio, en el cual estaban los familiares y unos cuantos amigos.
"No había las multitudes que hubo cuando mataron al 'Gato' Félix en Tijuana; a los tijuanenses les valió el trabajo de él".
Cuestionó la pasividad del estado.
"El Estado no protege a sus ciudadanos, no le importa lo que les suceda a los periodistas, y la sociedad es absolutamente indiferente, esa es mi opinión, a lo mejor muy pesimista, y a lo mejor es muy contraria a lo que sería una concepción romántica, heroica del periodismo".
El mejor "blindaje" para el periodista, es no escribir estas historias.
"Hay una cosa muy cierta también, que la gente del narcotráfico, la gente de la delincuencia no suele ser gente muy ilustrada, y entonces, justamente por su bajo nivel intelectual, interpretan de otra manera los hechos periodísticos".
Actúan de esa manera, cuando a veces en México, importantes medios de comunicación con circulación nacional, publican información en primera plana y no pasa nada.
"Vivimos un periodismo sin consecuencias, eso es lo terrible del periodismo mexicano, se puede publicar el reportaje más valioso en la primera página de Reforma, Jornada o la revista Proceso, y no pasa nada, el Ministerio Público no actúa".

El periodismo
- ¿Cómo ve el periodismo que se practica, va acorde con las exigencias de la sociedad?
- El periodismo bueno se hace en muchos periódicos tanto en el DF como en los estados, pero en muchos periódicos de los estados el nivel es muy bajo, es muy frecuente la presencia de periodistas muy mal preparados, casi siempre no transcriben bien lo que uno dice, lo ponen a decir cosas que uno no dijo, y a veces lo meten en problemas a uno, a mí me ha sucedido últimamente con 2 ó 3 veces, y me muero de la vergüenza.

- ¿En Sinaloa le ha pasado?
- No, en México. En Proceso aparecí diciendo unas cosas que nunca hubiera dicho yo en público, en fin.

- ¿Por qué esta falta de preparación en el reportero?
- Es falta de escuela, falta de lecturas.

Consideró que un periodista debe formarse en un cierto campo del saber: economía, el derecho, historia.
"Los historiadores se vuelven muy buenos periodistas, qué curioso, ¿verdad?, no es raro, porque trabajan con información del pasado y saben investigar, documentos, y todo, muchos de los grandes editorialistas de nuestro País, de nuestra historia, han sido historiadores, como Daniel Cosío Villegas, Gastón García Cantú, Lorenzo Meyer, Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, Luis González, fíjese, los mejores editorialistas de los periódicos son gente de formación histórica".

- ¿Cuál sería el desafío, los retos del periodismo?
- No sé, tratar de decir la verdad. Yo creo que en nuestro tiempo, yo creo que en toda sociedad, en todos los tiempos se hablan tres lenguas. En México se hablan tres lenguas: una, es la lengua de los jóvenes; la otra, es la lengua de la gente de mediana edad; y la otra es, la lengua de los viejos.
Por ejemplo, los jóvenes dicen: inicia, en lugar de empieza; dicen, evento, en lugar de acto; los jóvenes dicen café expreso y los viejos decimos café express; los de mediana edad, dicen reto, los viejos no usamos la palabra reto, desafío.

- ¿Cuando se habla de periodismo en México, se debe poner en la mesa de discusión el tema de la corrupción periodística?
- Yo creo que la corrupción periodística en México ha bajado muchísimo en las últimas generaciones; todavía en los años 80 existía la cosa de darles sobre con dinero a los periodistas, esto ha bajado muchísimo, desde la época de (Carlos) Salinas, hay otras maneras.

"El gran sistema de corrupción en México en relación a la prensa son los sueldos altos, un locutor de radio, no gana menos de 500 mil pesos mensuales, (Joaquín) López Dóriga gana más de un millón de pesos al mes, ¿ustedes sabían eso?, entonces, cuando usted tiene ese sueldo, López Dóriga no puede tener una opinión que moleste a Emilio Azcárraga, ni Emilio Azcárraga tendría ahí a un locutor que tuviera distintas ideas e intereses a los suyos, ¿no?, es lógico, entonces el locutor para conservar su sueldo necesita adaptarse a cierta verdad de su empresa y defender los intereses de su empresa".
"Cuando tú ganas más de 500 mil pesos mensuales, al cabo de unos pocos años, cambia tu modo de vivir, de pensar, porque la existencia, determina la conciencia, o sea, la clase social determina la conciencia".

- ¿Cree que la mayoría de los reporteros están comprometidos socialmente hablando?
- No, no, y sí hay reporteros que se apiadan mucho a los políticos, al Presidente, por ejemplo, en la época de Salinas hubo por ahí dos o tres periodistas que se hicieron ricos, compraron casa, dándole por su lado al Presidente Salinas.



"¿Por qué me parece absurdo?, porque vivimos en una sociedad que no se merece a estos periodistas, es una sociedad que los deja solos, es un gobierno al que no le importa que maten periodistas".

"El Estado no protege a sus ciudadanos, no le importa lo que les suceda a los periodistas, y la sociedad es absolutamente indiferente, esa es mi opinión, a lo mejor muy pesimista, y a lo mejor es muy contraria a lo que sería una concepción romántica, heroica del periodismo".

"Hay una cosa muy cierta también, que la gente del narcotráfico, la gente de la delincuencia no suele ser gente muy ilustrada, y entonces, justamente por su bajo nivel intelectual, interpretan de otra manera los hechos periodísticos".

jueves, 11 de febrero de 2010

Libros en tecnicolor

30/01/2010
El País
Javier Rodríguez

Como una mosca en un vaso de leche. En un océano de escritores vestidos de lino y blanco caribe, Guillermo Fadanelli aterrizó ayer en Cartagena de Indias ataviado rigurosamente de negro y con una gorra (negra) calada hasta las cejas. Si sólo verlo ya daba calor, escucharlo lo que daba era escalofríos: tan rotundo y descarnado como sus libros, el escritor mexicano recordó sus inicios en el vídeo underground ("video-basura", en sus palabras) bajo la "sana" influencia de John Waters: "Cuanto peores eran los actores y más te acercabas al ridículo, más cerca estabas de alcanzar algo trascendente".

"Dios siempre se equivoca. Ésa es su única virtud", dice el autor de Compraré un rifle, que dice también que él, sin ser Dios, no hace otra cosa que equivocarse. Por eso prefiere refugiarse en la literatura ("Una soledad llena de ruido", afirmó citando a Bohumil Habral. "Una masturbación continuada ante el ordenador", añadió citándose a sí mismo) y desentenderse de las adaptaciones que han hecho de sus novelas y relatos. Además, no le importa que el director "destruya" sus libros: "Lo único que pido en el contrato es que me dejen salir una noche con la primera actriz". De hecho, Fadanelli está convencido de que la mejor novela es la que no puede ser llevada al cine: "Se lleva la anécdota, pero la novela no es la anécdota, es el lenguaje".

"El cine es la literatura por otros medios", había dicho el día anterior Fernando Trueba en la multitudinaria inauguración del V Festival Hay de Cartagena de Indias, en el que ayer además proyectó El baile de la victoria, basada en una novela del chileno Antonio Skármeta. Con 11 versiones en distinto formato por todo el mundo, el festival se instaló en Nairobi el año pasado y esta primavera lo hará en Beirut. El de Cartagena empezó el jueves con aire de película. En parte por la fama sobrevenida que el llamado séptimo arte regaló a algunos de sus protagonistas de relumbrón -Ian McEwan (Expiación) y Michael Ondaatje (El paciente inglés)- y en parte por la bigamia como narradores o como espectadores de otros muchos de sus participantes -Manuel Gutiérrez Aragón, Fernando Trueba, Sergio Cabrera o el mismo Fadanelli-.

Pero en el Hay las únicas armas de los escritores son las palabras. Tienen 45 minutos para hacer pensar, entretener o convencer a un público que ha pagado por abarrotar cada sala. Y funciona. Màrius Serra, autor de Quieto y "verbívoro", encandiló a los asistentes a su taller (gratuito) sobre juegos de palabras. Difícilmente una sola imagen podrá dar cuenta de la obsesión que puede invadir la mente de un niño encandilado con el descubrimiento de que "reconocer", "sé verla al revés" o "la ruta natural" son palíndromos, es decir, que pueden leerse de izquierda a derecha y viceversa.

Tal vez por eso, por el valor imbatible de las palabras sin mayores ilustraciones, las esperanzas (y los ahorros) de los cartageneros están puestas para las sesiones que faltan en escritores como Paolo Giordano o Mario Vargas Llosa, que actuará dos días ante la gran demanda de entradas, y en periodistas curtidos en mil desgracias como Jon Lee Anderson, al que se espera directamente desde Haití. O en historiadores como Simon Schama, biógrafo de Rembrandt, catedrático de Columbia al que no se le caen los anillos de la erudición por colaborar con la BBC como divulgador y capaz de introducir un rigurosísimo análisis sobre el estado de la enseñanza de su disciplina con una escena que parece un chiste. Tuvo lugar en un seminario en Harvard, durante un examen oral a un estudiante del último curso que se arriesgaba a suspender. Cuando el profesor plantea la pregunta -"Compare la experiencia italiana de la I Guerra Mundial con la de la II"- el pánico asalta al estudiante, que responde: "¿Quiere decir que hubo dos?".


lunes, 8 de febrero de 2010

Arte

08-02-2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

El arte crea objetos que antes no estaban en el mundo y estos no necesariamente tienen que ser objetos materiales. Las definiciones de arte, como todas las que se refieren a una abstracción, son diversas y se oponen entre sí. Tales definiciones aparecen casi siempre justo cuando el crimen ya ha sido cometido. Arte es una palabra que incomoda en estos tiempos de querella contra lo trascendente. “Somos más hijos de nuestro tiempo que de nuestros padres”, escribió Guy Debord. Ha planteado Gilles Deleuze que todo concepto posee una historia, es amorfo y se alimenta de digresiones. Más que un argumento o una proposición es un punto de encuentro. No existen conceptos simples, sino composiciones que varían de acuerdo a la proximidad de sus elementos. “El artista crea libre de todo encargo y no se deja medir por los patrones comunes de la moral pública” y es justo esta característica la que “funda su independencia y le confiere socialmente los rasgos de un marginado”. (Hans-Georg Gadamer). Tal concepción sobre lo que es o representa un artista en la actualidad tiene sus raíces en una tradición romántica del arte en la cual el instinto lúdico se potencia en el instinto de la forma y la materia. ¿Es sensato insistir en el carácter romántico de un artista cuando su rechazo a encarnar en una entidad histórica o en un héroe de la sensibilidad es evidente?

Octavio Paz afirmó que la modernidad es la aceleración del tiempo histórico. Lo creo y no me parece extraño que un exceso de velocidad nos haya conducido a esa desintegración del sentido histórico que se conoce hoy como posmodernidad y cuyo concepto puede construirse desde la reflexión y la lectura de autores como Vattimo, Habermas, Baudrillard, Derrida, Zizek y Lyotard entre muchos otros. En sus libros, Jean-François Lyotard anuncia el ocaso de los grandes relatos sobre los que el occidente europeo ha construido sus valores humanistas. El filósofo francés se concentra en los enunciados que usamos para expresar nuestros juicios e ideas y coincide en que actualmente es posible establecer distintos juegos de lenguaje: se puede hablar de verdad a niveles locales o de juegos particulares, se puede traicionar la lógica de un discurso inventando e introduciendo en él giros o palabras nuevas, pero lo que según Lyotard es cada vez más dudoso, el hacer derivar todos nuestros actos y palabras de una lógica universal (un metarrelato). Es decir: nadie tiene razón. Incluso la ciencia positiva, al estar sostenida por un conjunto de enunciados que adquieren su legitimidad de un proyecto expuesto como discurso, no puede aspirar a valer universalmente (y si lo hace, es porque ha abandonado la complejidad del conocimiento para constituirse en un juego más, cuya legitimidad la da la misma ciencia: un solipsismo). No sistemas continentales sino islas, ni tampoco masas rígidas de pensamiento sino nubes de formas improbables, eso es lo que nos plantea Lyotard en sus libros.

El romanticismo es enfermedad y el clasicismo es salud, opinaba Goethe en el ocaso de su vida. No vivió lo suficiente para presenciar cómo el tiempo transformaría la noción de enfermedad en un bien o en una virtud de las artes. La vocación por quebrantar las normas, la confianza en la intuición individual, la fascinación por lo primitivo o auténtico y el cultivo de la ironía como un arma para desbaratar la solemnidad clásica, fueron características del movimiento romántico que hace más de dos siglos impregnó las artes en Alemania e Inglaterra y sembró el terreno para el florecimiento de las vanguardias actuales. La inclinación a desestimar las vanguardias modernas por considerarlas demasiado unidas a lo histórico y la decisión de explorar e inventar nuevos caminos en el arte es una actitud esencialmente romántica. La deconstrucción y la diseminación de sentido son los últimos residuos del arte vanguardista que, cansado de lo humano y de la visión homogénea y unidireccional de la historia, se aproxima a convertirse en una ciencia más que no requiere de la pasión humana ni de las epopeyas heroicas (artistas malditos o visionarios, revistas alternativas, contracultura) para sentar las bases de su propio crecimiento.


sábado, 6 de febrero de 2010

Sor Juana: monja y lesbiana

06-02- 2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

La mayor poeta que tiene México es Sor Juana, monja y lesbiana.

Juana Inés de la Cruz versó su amor, que algunos prefieren llamar platónico y otros sáfico, con tal de no decir directamente amor lésbico, Eros entre mujeres, que se gozan y excitan una a otra y se aman con corazón y mente.

La mujer de la que Sor Juana se enamoró fue María Luisa Manrique de Lara, la hermosa condesa de Paredes.

El tema de la vida sexual de Sor Juana sigue molestando porque vivimos en un país machista, es decir, temeroso de sí mismo y de los otros, herido de intolerancia.

Octavio Paz en su Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe anota que la condesa “estaba casada con un marido mediocre y, a juzgar por el retrato que conocemos, más bien enteco e insignificante”. Su matrimonio era una fachada triste.

Sor Juana, en cambio, era profunda, inteligente, desafiante, en suma, atractiva.

“Ni la vida religiosa ni la matrimonial, ni la liturgia conventual ni las ceremonias palaciegas, ofrecían a Juana Inés y a María Luisa satisfacciones emocionales o sentimentales”, dice Paz, que describe el modo en que la monja y la condesa se amaban en secreto para no despertar la rabia de la Iglesia Católica de la Nueva España.

El propio Paz es tímido en su comentario. Pareciera tener miedo de hablarlo abiertamente. Esquiva palabras. Digrede abstracciones filosáficas, perdón, filosóficas.

Aunque la sabe lesbiana, la vuelve asexuada. Paz también aprisionó a Sor Juana.

Cuando ha sido desafiante, la literatura mexicana —el contrario del futbol o la economía— ha sido de primer mundo. Esa literatura mexicana, estimados lectores, la hicieron, en buena medida, personas no heterosexuales, como Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta o Salvador Novo.

Sor Juana, por otro lado, no fue la única poeta que pasó por convento y era diversa.

También la poeta mística Concha Urquiza ejerció su derecho a vivir el erotismo a su gusto.

“Al olor de tus huertos atraída”, escribe Urquiza, “del vino de tus pechos embriagada” en 1937.

La exitosa novela Los detectives salvajes de Roberto Bolaño se basa en Urquiza para el personaje de Cesárea Tinajero, como ya lo hacía Arqueles Vela.

Los personajes del libro tampoco pudieron dar con ella. Eran misóginos. En el fondo, sólo querían imaginar a la Mujer Eterna para despreciar a la mujer concreta.

Los detectives es otro intento fallido de entender el gran secreto de la cultura mexicana: sus protagonistas han sido otros y otras.

Los detectives salvajes son otra versión más de los Niños Héroes, los muchachitos machitos, los muy hombrecititos.

Si Sor Juana y la condesa de Paredes viviesen hoy, los detectives salvajes de la PGR buscarían negarles el
derecho a casarse.

Hoy, de nuevo, Concha Urquiza huiría lejos del machismo hueco.


Lecciones de periodismo

06-02- 2010
Suplemento Laberinto
Víctor Núñez Jaime

Gabriel García Márquez recibió la noticia de la muerte de Tomás Eloy Martínez en Cartagena de Indias, Colombia, en donde decenas de escritores se reunieron para hablar de literatura en el Hay Festival. “Era un buen cuate. Un periodista formidable, el mejor de todos nosotros. Sabemos que existe la muerte, conocemos por donde viene; ella se empeña en tumbarnos, pero yo me sigo rebelando ante ese fantasma que viene, escoge a un hombre y lo mata”, le confió la noche del pasado domingo 31 de enero al escritor Juan Cruz.

En noviembre de 1994, García Márquez invitó a Tomás Eloy Martínez a participar en el proyecto de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Martínez, uno de los grandes maestros del oficio, se integró pronto al modelo pedagógico de la Fundación: hacer talleres en el que un grupo de jóvenes periodistas intercambiaran experiencias con los veteranos, como se hacía antes en las redacciones, en los cafés, en las cantinas.

Tomás Eloy había comenzado a escribir en la adolescencia en La Gaceta de Tucumán, la ciudad donde nació. Ahí aprendió a dominar el lenguaje periodístico con ética y responsabilidad. Pero le pareció que entonces “la imaginación estaba prohibida” y prefirió abrazar el llamado Nuevo Periodismo (mucho antes de que se le pusiera esa etiqueta en Estados Unidos): “Yo aprendí periodismo dándome cuenta de que narrar una sola realidad era empobrecedor, que la realidad no era una, sino muchas, y que la verdad cambiaba de mirada a mirada y de lector a lector. Intenté salir pronto de un lenguaje apresado en la pirámide invertida y las cinco w y abracé el periodismo que representaba, por ejemplo, Hiroshima, de John Hersey, un reportero que llegó a esa ciudad pocos días después del bombardeo y que te metía realmente allí”. Y, desde entonces, transmitió un “eco informativo” diferente al que el público estaba acostumbrado. En la década de los 70 lo amenazó la organización terrorista argentina Triple A y se exilió en Caracas, Venezuela, donde fundó El Diario. Más tarde, en 1991, creó Siglo XXI en Guadalajara, Jalisco. Y luego el suplemento “Primer Plano” de Página 12 en Buenos Aires. Posteriormente tuvo un papel central en la FNPI y comenzó a compartir su experiencia y conocimientos con las nuevas generaciones de periodistas.

Al año siguiente presentó su ponencia Periodismo y narración: desafíos para el siglo XXI en la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa. Ahí recordó las claves para presentarle historias a los lectores que ya han visto y escuchado las noticias en los medios electrónicos. “El problema se resuelve a través de la narración. (…) Cuando leemos que hubo cien mil víctimas en un maremoto de Bangladesh, el dato nos asombra pero no nos conmueve. Si leyéramos, en cambio, la tragedia de una mujer que ha quedado sola en el mundo después del maremoto y siguiéramos paso a paso la historia de sus pérdidas, sabríamos todo lo que hay que saber sobre ese maremoto y todo lo que hay que saber sobre el azar y sobre las desgracias involuntarias y repentinas. (…) Cuando un diario se vende menos no es porque la televisión o internet le han ganado de mano, sino porque el modo como los diarios dan la noticia es menos atractivo”.

En agosto de 2004 una veintena de jóvenes reporteros se reunió con él en Santiago de Chile para descubrir las posibilidades narrativas del periodismo. Les recalcó que sólo contando historias los medios escritos podrán conservar su público y atraer más. Que el hallazgo de un caso particular puede ejemplificar una situación general. Pero también que, a la hora de contar, “el punto de vista es muy importante. Por ejemplo: puedes contar el derrumbe de las Torres Gemelas desde la perspectiva de la tragedia de los 3 mil muertos, y de la violación al imperio americano. O puedes contarlo como lo hizo Susan Sontag: desde el heroísmo de los suicidas musulmanes que tienen el coraje para meterse en un avión norteamericano y atentar contra el imperio en defensa de sus ideas. Dos modos de ver una misma realidad: de un lado o del otro de la historia. Pero, aparentemente, los dos son objetivos para algunos”.

Además de algunos talleres, dirigió la colección de libros que la FNPI publica en alianza con el Fondo de Cultura Económica. Se trata de una colección de enseñanzas de periodismo de profesionales como Daniel Santoro o Javier Darío Restrepo. El primero fue de Ryszard Kapuscinski y el más reciente de Miguel Ángel Bastenier. “Son libros —dijo— al alcance de los periodistas y de los lectores interesados en la compleja trama de talento, riesgo, investigación y conciencia que se mueve detrás de la escritura de la noticia más simple”.

Tomás Eloy Martínez hacía periodismo con los recursos de la literatura y literatura con los recursos del periodismo. Jamás concibió alguno de sus textos sin investigación y narración. Hacía novelas, crónicas y reportajes con la misma libertad narrativa. En las primeras creaba otras realidades, pero jamás en los segundos. Porque, aclaraba, “el periodista tiene la obligación de ser fiel a la verdad, a los lectores y a sí mismo. El escritor, en cambio, sólo tiene que ser fiel a sí mismo”. Para él, la narración periodística consistía simplemente en organizar el cúmulo de información en un riguroso y atractivo relato. Así estructuró todos sus libros y reportajes que se han distinguido por la fuerza de su lenguaje. La pasión de Trelew, por ejemplo, es la dura y escalofriante crónica sobre la matanza de los guerrilleros detenidos en una base militar de Trelew y los consecuentes horrores de la dictadura argentina. Lugar común la muerte es una compilación de perfiles de escritores hispanoamericanos en donde demostró su astucia para tejer la vida, el carácter y la obra de cada autor.

Sólo dejó de escribir tres semanas antes de morir, cuando publicó su último artículo, dedicado a la narcocultura, en el periódico La Nación, donde hace más de una década era “periodista de fin de semana”. Antes opinó, también, sobre el periodismo online: “Por un lado, hay una libertad necesaria para escribir y para expresarse con soltura. Por el otro, el anonimato de los posteos abre el camino a una peligrosa impunidad”.

En junio de 2005, para celebrar los 10 años de creación de la FNPI, varios maestros se reunieron en la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá. Cada uno ofreció su respuesta a la pregunta que los convocaba: “¿Hacia dónde va el periodismo?” Tomás Eloy Martínez habló entonces acerca de la reticencia de los editores latinoamericanos a integrar historias en los diarios en su afán por “competir con la televisión e internet, lo que me parece suicida, publicando píldoras de información ya digeridas u ordenando infografías para explicar cualquier cosa como si tuvieran terror de que los lectores lean”. Pero al final centró su discurso en “el valor y la importancia que tiene la defensa del nombre propio” de los periodistas. Contó que en 1961, cuando se hacía cargo de las críticas cinematográficas del diario La Nación, sus textos combativos generaron resentimientos entre la gente de la industria. Un día, una importante distribuidora de películas estadunidenses decidió retirar su publicidad del periódico. Entonces uno de sus jefes lo llamó a su despacho:

—Usted sabe que es un empleado.

—Por supuesto.

—Y como empleado tiene que hacer lo que se le mande.

—Por supuesto. Por eso recibo un salario quincenal.

—Entonces, a partir de ahora, se le indicará lo que tiene que escribir sobre cada película.

—Con todo gusto. Pero si es así espero que retiren mi firma.

—Ah, eso no. Si retiramos su firma parecería que el diario lo está censurando.

—Entonces no puedo hacer lo que usted me pide. Mi trabajo está en venta, mi firma no.

Y con esta anécdota desencadenó el decálogo que rigió todo su trabajo como periodista:

1. El único patrimonio del periodista es su buen nombre.

2. Hay que defender ante los editores el tiempo que cada quien necesita para escribir un buen texto.

3. Hay que defender el espacio que necesita un buen texto contra la dictadura de los diagramadores y contra las fotografías que cumplen sólo una función decorativa.

4. Una foto que sirva sólo como ilustración y no añada nada al texto no pertenece al periodismo.

5. Hay que trabajar en equipo. Una redacción es un laboratorio en el que todos deben compartir sus hallazgos y sus fracasos.

6. No hay que escribir ni una sola palabra de la que no se esté seguro, ni dar una sola información de la que no se tenga plena certeza.

7. Hay que trabajar con los archivos siempre a mano.

8. Evitar el riesgo de servir como vehículo de los intereses de grupos públicos o privados. Un periodista que publica todos los boletines de prensa que le dan, sin verificarlos, debe cambiar de profesión y dedicarse a ser mensajero.

9. Nunca hay que ponerse a narrar si no se está seguro de que se puede hacer con claridad.

10. Recordar siempre que el periodismo es, ante todo, un acto de servicio. El periodismo es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro.